jueves, 31 de diciembre de 2009

Tres Reyes y Un Destino

Camino desde Oriente (según se entra, a la derecha) marchaban tres fulanos en camello. Era noche cerrada; una noche fría, silenciosa, de trémula negrura (lo cual no tiene mucho sentido, porque si es cerrada y negra como las gónadas de un grillo, no puede tremolar). 
-Oye tú.
-Qué.
-¿Qué ves? ¿Un portal de Belén, o algo?
-Yo no veo ni tres en un burro.
-Pero -apunta el tercero- si vamos en camello.
-No, si por algo eres el tercero, amigo.
-Maldita estrella ¿eh?
-Nos la ha jugado bien, la estrella.
-Ya te digo.
-"Seguidme seguidme" nos decía, la estrella.
-"Yo os guiaré hacia la Luz", nos dijo, que me acuerdo yo.
-No me lo recuerdes, que me pongo malo.
-Yo no lo veo claro, ¿eh?
-Como para ver algo está la cosa.
-Ahí le has dao.
-Oye ¿y si paramos un poquito?
-¿Por?
-Es que me pesa la mirra. Por cierto, os sabéis el villancico de la mirra?
-¿Hay un villancico de la mirra?
-Faltaría más: pero mirra como beeeben los peces en el rrríoooo...
-O te callas a la de YA o no respondo.
-Yo sigo sin verlo claro, ¿eh?
-Yo nuestro futuro lo veo muy negro. Más negro que tú, Balti.
-No me digas eso, que me hundes.
-Pues yo pienso que por allí se ve algo, ¿eh?
-¿Piensas o lo ves?
-No sé.
-Ah.
-¡Ey sí! Allá se vislumbra una luz.
-Cierto ello es, Gaspi.
-Vamos a acercarnos. Despacito y con buena letra ¿eh? Que voy cargado de oro del bueno.
-Vale Melchi.
Y descienden por una ladera que les lleva al fondo de un valle. Escuchan, cerca, el murmullo de un río.
-Te dije cuando salimos de Oriente que cogiésemos bañador.
-¿De Oriente? ¿Te refieres al Café Oriente donde paramos los domingos a tomar la penúltima, o a Oriente como concepto geofísicopolítico?
-Eh... Vete por ahí.
-No, por ahí vamos todos.
-Oye que yo soy de Armenia ¿eh?
-Pero ¿eso es un país, o qué es, Melchi?
-A que te doy.
-A que no, que yo soy de Egipto, y muerdo.
-Cuidado, habló Tutankamón.
-Eso lo dices por egipcio o por la edad.
-Por ambas cosas.
-Pues tú eres más viejo que yo, Melchi, perdona que te diga.
-Claro, y por eso soy más sabio, el líder de la manada, el de la barba luenga y blanca...
-Si tú lo dices...
-Ey -dice Balti- que yo soy de... ¿de dónde era yo?
-¿Tú? Vete tú a saber, si al principio ni eras negro, ni ná.
-¿Ah no?
-No.
-¿Y quién me cambió?
-Quién va a ser, hombre: la de siempre, la Tradición.
-Pues ya verás cuando coja yo a la Tradición esa. Le voy a meter los Carioca por el...
En esto que suena fuerte, en la negrura, un CLONNNK y luego un ¡AY! y luego muchos insultos seguidos.
-¡Mecagoenmicalavera!
-¿Qué fue?
-Que pegué contra algo, coño.
-A ver a ver, que saco el fanal -dice Balti.
-¿¿Llevabas un fanal??
-Claro.
-Te voy a... a ver anda, alumbra ahí.
Y cuando surge la lumbre, aparece ante ellos un cartel de hierro, blanco y con letra negras, y un chichón en la cabeza de Gaspi.
-¿Qué rayos pone ahí?
-A ver...
-Leelo tú, Melchi, nuestro líder.
-Eh... Qué raro.
-¿Eh? ¿Eh?
-Me parece que no estamos en Belén.
-¿No?
-Ni en Judea. Ni Palestina. Ni siquiera al lado del Bósforo, chicos.
-¿Y dónde...?
-No tengo ni idea. Sólo sé que en ese cartel pone "MIERES. 2 kms".
-¿Y eso dónde carajo está? ¿Y qué hacemos con el oro, la mirra y todo eso?
-Pues qué vamos a hacer, alma de cántaro: ponerlo a plazo fijo, hasta que pase la crisis.
-Buena idea.
-Sí.
-Vamos a ver si en aquellas luces del fondo hay algiuen que nos indique, anda.
-Sí, vamos.
-Desde luego -conclye Melchi, para sí-, que duro es trabajar. Espera que se lo cuente al cabronazo de Papá Noel. Se va a partir, sentao en su trineo. El hioputa.

¡FELIZ NAVIDAD A TODOS Y PRÓSPERO AÑO 2010!

martes, 24 de noviembre de 2009

150 años de hombres-mono

Hoy se cumplen 150 años, que no son pocos, de la publicación de un libro, El Origen de las Especies. De un tal Darwin. Fue el 24 de noviembre de 1859, poniéndose a la venta en la editorial londinense John Murray y agotando en su primer día 1250 ejemplares, según puede leerse, por ejemplo, en la Wikipedia.
No quiero entrar en disquisiciones político-religiosas hoy. Bien es cierto que todavía la teoría de la Evolución de las Especies no se enseña en algunas partes del Mundo, como en varios coles de EEUU, y eso. Pero el aporte de Darwin no buscaba tal cosa. De hecho, él no se consideró ateo nunca, sino agnóstico, osea, puede ser o no puede ser, creo que no pero oye, yo qué sé. ¿Quién sabe? Parece que no pero yo la mano en el fuego no la pongo, tú.
Su contribución, buscada o no, al mundo de la Ciencia en general y de la Historia en particular, fue y es enorme. Abrió vías, caminos, senderos de exploración. En estos 150 años no se ha hecho sino pulir su teoría, pero no hay ninguna otra nueva, de momento. Y por cierto, esa teoría de Darwin no dice, en ningún momento, que el Hombre venga del Mono. Reitero: el Hombre no viene del Mono.
Para acabar este pequeño recuerdo/homenaje, trasladémonos por un momento al Londres de 1859: el día frío, gris, lluvioso, señores con gabán, capas largas y oscuras, paraguas con pincho, estoques y bastones, pordioseros en cada calle, callejones convertidos en estercoleros, humo de fábricas de la Revolución Industrial, la lanzadera volante, y eso. La reina Victoria tiene 40 años, y hace veintiuno que ha sido coronada. Supongamos que somos unos viajeros españoles, de visita turística. Hemos cogido un barco en Santander, y a los dos días nos dejó en el puerto de Liverpool. Desde ahí a Londres tardamos en coche de caballos varias horas. Ya en Londres, paseando en aquel noviembre, antes de que se haga de noche, nos arrebujamos en nuestra capa de viaje y nuestra bufanda, calándonos bien el sombrero. Paseo por la ribera del Támesis. Algunas fábricas comienzan a realizar vertidos en sus aguas.
Ya por el centro, antes de ir a la fonda donde alquilamos habitación, nos detenemos por casualidad en una librería. En el escaparate hay un libro, como novedad. "The origin of the species by means of natural, or the preservation of favoured races in the struggle for life". By Charles Darwin M.A., pone debajo. Nosotros, que como tenemos reales suficientes para permitiros viajar a Inglaterra de turismo, también, por lo mismo, hablamos un correcto inglés, miramos con detenimiento. Preguntamos, ya en el interior, al librero.
Exquiusmi, ser. Güat is dis?
Una novedad, nos dice. Niú niú buk. Veri niú. Alotof. Osea.
Yes verigüel.
¿Qué haríamos nosotros, españolitos de esa fecha, si hubiéramos podido comprar y leer ese libro?
¿Lo habríamos comprado?

domingo, 15 de noviembre de 2009

Bajo la sombra de Maimónides


“Amad la sabiduría, buscadla como la plata, rastreadla como un tesoro oculto.
Permaneced en el umbral de la casa de los sabios, los que aprenden, los que enseñan.
Allí tendréis vuestro esparcimiento.”

Maimónides. Poeta, filósofo, médico, teólogo.
Judío Andaluz. Español.
(1135-1205)

El Madrid que dejamos atrás a las ocho de la mañana del trece de noviembre, es negro; sólo iluminado por miles de puntos blancos y amarillos; luces de coches, hogares, farolas... En la estación de la Puerta de Atocha, ya en el andén, la foto subiendo al AVE que nos llevará a Córdoba, es obligada. Partimos dirección sur cuando, al poco, un punto difuminado y creciente, ambarino y ocre, empieza a elevarse a nuestra izquierda entre estiradas nubes blancas.
Amanece el trece de noviembre.
Recuerdo haberme dormido con la cabeza apoyada en la ventana a eso, calculo, de las nueve de la mañana. Antes, en mi memoria, hay unos pocos retazos: grúas al sur de Madrid, otro tren circulando en paralelo con la palabra Parla en sus vagones, inmensas praderas marrones y resecas y sobre ellas una flotante neblina, nosotros atravesando pequeñas sierras, el cielo volviéndose más claro y más azul.
Luego, un pequeño descanso.
“-Cariño, estamos entrando en Córdoba.”
La voz más dulce del Mundo (cuando quiere) me sacó de mi letargo. Me desperté con la visión de las primeras casas de Córdoba desperdigándose a ambos lados de la vía del tren. El sol luce ahora, y sólo desaparece al entrar en la estación central. Al poner el pie en el andén, lo primero que requirió mi atención fue el olor. El aroma. Una mezcla de naranjos en flor y semillas de azahar que no nos abandonaría hasta ahora, cuando escribo desde el vagón número 7 del tren 09383, siendo las 18:52 horas y viajando, concretamente, a 249 kilómetros por hora. 19 ºC marca la temperatura exterior.
[Por cierto que Ana me está masacrando a gominolas. Es un dato.]
Pero mis recuerdos viajan de nuevo dos días atrás, a eso de las diez de la mañana del día trece de noviembre, cuando ya pisábamos, al fin y cuales Abderramán primero, las tierras de la capital de Al-Ándalus. Y seguía el aroma a naranjos y azahar y a sol y a Historia enroscándose en cada plaza, calle y esquina.
Y es que Córdoba es eso: aroma, brisa templada (salvo en la noche de esta época); es jazmín, y sol en el agua verde del Guadalquivir, y el reflejo dorado de las puertas de la Mezquita. Entramos en la ciudadela por la Puerta de Almodóvar, saludando (yo, con mirada silenciosa) a la estatua de Lucio Anneo Séneca, que queda a la izquierda de la puerta, según se entra. Las callejuelas estrechas de la Judería se abren ante nosotros en un laberinto de paredes de blanco encalado, combadas muchas de ellas hacia dentro para no estorbar el paso de las ruedas de los carros, antaño.
Dejando nuestros bártulos en nuestro cuartel general (hostal "González", en calle Marquínez, número 3) nos dirigimos raudos a desayunar, porque huelga decir que, a tales alturas, y tras haber tomado en Madrid un par de tés con alguna galleta (Ana una tostada), nuestro hambre es ya, como diría mi abuelo Luis (qepd), canina (creo haberle oído decir en alguna ocasión también lobuna, si bien no podría asegurarlo). Reponemos fuerzas bajando la calle, en una pequeña cafetería-restaurante que está justo en frente de la taberna Casa Pepe de la Judería (con solera y letrero en azulejo con inscripción de “fundada en 1930”). Donde saciamos nuestro hambre matinal lleva por nombre Oh La-lá, que no es muy cordobés, pero que servían unas tostadas con bolas de mantequilla encima que eran de morirse (de gusto).
Tras (re)llenar nuestros estómagos, Ana me pregunta:
“-¿Por dónde te apetece empezar?”
Me lo pienso, pero sólo un instante ínfimo.
“-A la mezquita.”
Cinco minutos de paseo por las callejuelas mágicas y llenas de tabernas y tiendas de la Judería, y llegamos a los muros almenados de la mezquita-catedral. Ya su fachada exterior merece detenerse con calma, sin hablar apenas lo justo, y mejor si es nada. Encierra, dentro, 24.000 metros cuadrados, y sus puertas son verdaderas joyas del Arte, de la Historia, de la Humanidad y de cualquier cosa que se pueda escribir con Mayúsculas. Véase, verbigracia, la puerta del Perdón, del siglo XVI y estilo mudéjar, cercana al altar de la Virgen de los Faroles (iluminado de noche por los mismos, y con plaquita de advertencia correspondiente, avisando al paseante de su deber de honrar a la Virgen a su paso). Por encima de las puertas y las almenas del muro se eleva la torre del Alminar, con sus 93 metros de altura. De época de Abderramán III (912-961), desde ella llamaba el muhecín a la oración las cinco veces al día que dispone el Corán. Posteriormente, con la conquista de Córdoba por las tropas de Fernando III el Santo, en 1236, pasó la torre del Alminar a convertirse en campanario y a coronarse con una escultura del arcángel San Rafael, patrón de Córdoba, pasando años más tarde a ser la torre barroca, de finales del siglo XVI, que llega hasta nuestros días. Con dicha conquista, la mezquita aljama se consagró como catedral bajo la advocación de Santa María la Mayor. Las obras para convertirse físicamente en catedral se iniciaron en 1523 bajo la dirección de Hernán Ruiz I. Es curioso este hecho, pues el cabildo de la ciudad prohibió en un principio esas obras, penando con la muerte a quien trabajase en ellas. Fue Carlos V quien intercedió para se realizasen, si bien, y aquí viene lo memorable, el propio emperador se lamentaría años más tarde de este hecho, pues con ellas se había hecho nuevo lo antiguo y...
...habéis tomado algo único y lo habéis convertido en algo mundano.”
Cuando cruzamos las mismas puertas que cruzase el propio Carlos V (o unas parecidas, o cercanas, al menos), encontramos el patio de los naranjos, plagado de dichos árboles y, sobre todo, de sus frutos, esparcidos por doquier sobre el empedrado. En el suelo, en torno a una fuente cantarina, decenas de canalizaciones de agua que forman parte del aljibe construido por Almanzor en el siglo X. De pronto, rompen las campanas de la torre, y el hechizo del sol sobre las hojas de los naranjos se esfuma.
Es hora de entrar.
Y, lo mejor, estaba dentro.
Sabemos que el Islam prohíbe la representación de figuras humanas. Bien. Entrando en la mezquita aljama, uno comprende que, realmente, no hace ninguna falta. Paso detrás de Ana, y por encima de su hermoso cabello castaño que nada tiene que envidiar al de cualquier esposa de cualquier Califa, mis ojos se postran (ese es el verbo adecuado) ante la Belleza silenciosa y luminosa de cientos de columnas y arcos bicolores, blanco y rojo, todo iluminado en un apagado tono escarlata; y tracerías, y enyesados de decoración vegetal que suben retorciéndose, como danzando, entre pared y pared; y la luz que entra en finos haces por la piedra abierta y vidrieras de colores, fundiéndose en los espacios entre columnas. Y, de repente, un rayo de luz sortea todos los fustes y chapiteles, y se refleja en el suelo de terrazo, como llamándome, transportando con él los más de mil doscientos años que han pasado desde que Abderramán I, el “príncipe errante”, el último de los Omeyas huído de Damasco cuando su familia, hasta entonces reinante en el Califato, era asesinada por la familia Abasida de Bagdad. Por eso Abderramán el joven puso pies en polvorosa hacia el rincón más alejado de su recién perdido imperio.
Me aparté, entonces, buscando estar solo unos instantes, arrimándome a la compañía de aquel haz de luz, solitario como yo; y entonces, este asturiano admirador de la época del rey Ramiro I (842-850), se emociona cuando, al cerrar los ojos, esa misma luz se transforma en la luz de Al-Ándalus, iluminándome los párpados, y a mí mismo, por dentro y por fuera; y escucho al muhecín llamar a la oración, su voz omnipotente desperdigándose hasta el último rincón de la última piedra de Córdoba; y detrás mía escucho el sibilino arrastrar de cientos de pies que acuden a la oración del viernes, las manos húmedas aún del agua de las abluciones.
Unas manos cariñosas me sujetan por la cintura, y vuelvo al siglo XXI.
El interior de la mezquita aljama no se puede describir más. Al menos, yo no puedo ni sé hacerlo. Sí, tuvo ampliaciones, que si Almanzor, que si Abderramán II, que si este, el otro... pero realmente hay que estar allí y sentirlo uno mismo. No diré más.
Quédense con la luz.

Córdoba fue fundada en el siglo II a.C. por Claudio Marcelo, como una colonia fluvial, con su puerto al Guadalquivir como enclave principal, llegando a ser capital de la Hispania Citerior (la más cercana a Roma geográficamente, al contrario de la Ulterior, la más alejada). Hoy en día, tiene unos 325.000 habitantes. Me atrevo a decir que fue Capital del Mundo. Recuerdo, vagamente, al personaje interpretado por Alec Guinness en “Lawrence de Arabia”, diciéndole al que interpretaba Peter O'toole aquello de...
“...Córdoba... ¿sabes que Córdoba ya tenía alcantarillado y alumbrado público cuando Londres no era más que un villorrio?”
Mira entonces más lejos, más allá de la cámara que lo enfoca, perdidos sus ojos, y murmura como para sí...
“...Córdoba...”
Ni hicieron falta más palabras. Como ahora.
Saliendo de la mezquita, y tras un paseo en el que intentaron leerme la mano cinco veces (las conté) ofreciéndome a cambio una ramita de laurel, o de hierbabuena o azafrán, o de algo así, fuimos a comer a una de las miles de tabernas que salpican la Judería. La “Taberna de Rafaé” fue la elegida. Después de comer, y tras otro paseo, llegamos hasta el alcázar de los reyes cristianos: fundado en 1328 por Alfonso XI en el lugar que antes ocupase un recinto militar árabe. Sirvió como residencia a los reyes de Castilla en sus estancias en la ciudad, y como cuartel general de los Reyes Católicos durante los últimos coletazos de la guerra de Granada (aquel enero de 1492 famoso, si bien la contienda llevaba librándose desde 1482). En su interior vimos, sobre todo, piedras e inscripciones de época romana. Suponemos que como exposición permanente, si bien completamente descontextualizadas. Por contra, lo que destaca es la maravilla de los jardines, con sus fuentes, flores rojas y azules y de muchos colores más (lamento no poder precisar más, porque resulta que el que esto escribe es daltónico) y estanques y albercas y que, con aquella luz mortecina de final de la tarde, tenían un encanto especial y fácil era, de nuevo, sentirse transportado a otro tiempo. Aunque esto último no podía ser difícil para mí, pues paseaba en aquel momento con la más encantadora de las reinas de Occidente, Oriente, Aquí, Alla, Ayer, Hoy y Mañana.
Hermoso es también el camino que lleva, bajando por las caballerizas reales hasta la plaza del Triunfo: estatua y monumento al triunfo de San Rafael, protegido por un vallado y tras el cual se abre una pequeña balconada ofreciendo una agradable vista del río Guadalquivir y el puente romano que lo cruza.
Y hacia él fuimos, cruzando la puerta del Puente: diseñada por Hernán Ruiz II (conjeturé aquí sobre un posible guiño en el libro La Mano de Fátima, de Ildefonso Falcones, pues el protagonista se llama Hernando Ruiz y vive a caballo entre la Alpujarra granadina, Granada y, sobre todo, Córdoba, en el siglo XVI) en el año de 1571, con ocasión de la visita a la ciudad de Felipe II (una inscripción lo atestigua en el frontón del arco, algo como “reinando su gracia magestad el rey Don Felipe ta y cual etcétera”. Hablo de memoria, lo siento. Por la puerta se cruza al puente romano, que formaba parte de la Vía Augusta (la calzada romana más larga, un prodigio de más de 1000 kilómetros que bordeaba el marenostrum Mediterráneo desde los Pineranei Pirineos hasta Gades Cádiz). Este puente ha sido acondicionado recientemente (se nota sobre todo a media distancia en su pretil), y su piedra brilla al sol y se refleja, en la noche, en el agua del Guadalquivir. A mitad de recorrido tiene un altar del siglo XVI a San Rafael y en frente de éste un recordatorio del lugar donde hubo otro (altar) a los mártires cristianos los hermanos Acisclo y Victoria, supuestamente del siglo IV d.C. Al otro lado del puente está la torre de la Calahorra, del siglo XIV, siendo antaño dos torres unidas por un arco central. A sus pies, abajo, cerca del río, está el molino de la Albolafia.
Pero Córdoba es mucho más. Es el blanco de sus calles y el color de sus macetas colgadas que te rezuman en los ojos. Son sus patios, diría que miles, en casas particulares, bare
s, restaurantes, hoteles, tiendas... Son los, precisamente, trece patios del Palacio de Viana, a cada cual más bonito y encantador. Son la torre de la Malmuerta, con esa historia medieval del hombre a quien su mujer engaña, matándola él, y demostrándose más tarde que todo había sido una insidia de un enemigo. En insuficiente compensación levantó el hombre la torre, a su esposa que había sido mal muerta.
Córdoba es también la plaza de Colón, cerca de la citada torre, ideal para un fugaz paseo a la sombra de los árboles. La plaza de los Capuchinos, con el Cristo de los siete faroles (puesto allí en 1724, por lo visto). Es la plaza e iglesia de Santa Marina, y la estatua de Manolete. Son unas columnas de un templo romano que te encuentras subiendo hacia la Judería. Es la plaza del Potro, donde Cervantes situase en su “Quijote” la posada del Potro, mentada (la plaza) a menudo en la novela ya dicha de Falcones, “La Mano de Fátima”, con su hospital de Caridad y su escultura del pequeño equino en el centro.
De noche, tras la cena en la bodega “La Abacería”, donde también comimos el día siguiente, catorce de noviembre, un paseo a orillas del Guadalquivir por el Paseo de la Rivera.
Y es que Córdoba también es ese pisto (sin huevo, queda pendiente con el susodicho), ese salmorejo, ese salpicón de marisco, ese flamenquín, esas berenjenas con miel, ese churrasco...
Ese día catorce, el sábado, hubo excursión a las ruinas arqueológicas de Medina Azahara. Un autobús te lleva desde la glorieta de la cruz roja, a la que fácilmente se llega desde la puerta de Almodóvar.
Madinat Al-Zahra, a siete kilómetros de Córdoba, fundada en 936 por el primer Califa de Al -Ándalus (independiente ya, por tanto, del Califa de Damasco, tan lejano), año en que se iniciaron unas obras que durarían veinticinco años. Lamentablemente, una invasión de bereberes en el año 1010 dio al traste con ese pequeño paraíso, siendo saqueada e incendiada en mitad de la guerra civil que desmembraría el Califato en reinos de Taifas. Las piedras de Medina Azahara las usarían como cantera para ulteriores edificaciones, según parece. Y, por cierto, que la construcción de esta gran ciudad no fue un capricho del califa para contentar a ninguna esposa. Significaba mucho más: un deseo de cimentar el recién nacido califato de Ál-Ándalus fijando para el califa una nueva residencia, aún más opulenta e impresionante, dignificando su cargo y su persona y centralizando toda la administración en un solo lugar. Varias calzadas unían Medina Azahara con Córdoba, y recogían el agua del sur de la sierra Morena con varios acueductos, alguno romano y otros de nuevo cuño. Actualmente hay un centro de interpretación a los pies de la colina sobre la que se levanta, en estratos y escalones, la ciudad. Lo más interesante (aparte de su gratuidad) fue un vídeo explicativo de unos quince minutos de duración. Al contrario de lo que la mayoría de estos vídeos suele parecerme (aburridos y liosos) el que aquí nos pusieron fue ameno y entretenido, reconstruyendo la ciudad con infografía y estética de videojuego, con buena música de apoyo y narrado por la archiconocida voz del doctor House. El califa visualizando sus tropas desde lo más elevado de la gran arquería que daba al patio de armas, “hecho para impresionar”, según el panel explicativo. Los emisarios y embajadores también pasaban por allí, haciéndolos recorrer estancias y más estancias, patios y más patios, albercas y más albercas, hasta llegar por fin a las dependencias privadas del Califa, extasiados ya de belleza y suntuosidad. Me imaginé al pobre embajador de Sancho I, rey de Asturias y León (935-966), después de un viaje de mil kilómetros desde aquellas abruptas tierras del norte, llegando a Medina Azahara y viendo todo aquello... ¿Qué cara debió poner? Imaginen...
Como dato, decir que fue en 1910 cuando se iniciaron las excavaciones arqueológicas de Madinat Al-Zahra, aún hoy sin concluir.

Y más es Córdoba, con su plaza de las Tendillas y su estatua en ella del Gran Capitán (Fernando Fernández de Córdoba, el creador de los Tercios españoles en el siglo XV y principios del siglo XVI, ganador para el rey Fernando de tantas batallas en las guerras de Italia) y que fue, la plaza, ya centro urbano desde época romana aunque su estructura actual sea del siglo XX; con su mentada ya puerta de Almodóvar; con sus estatuas dedicadas al médico y filósofo y teólogo y poeta judío Maimónides (1135-1205), y al filósofo romano profesor del emperador Nerón, Lucio Anneo Séneca (4 a.C.-65 d.C.); y al filósofo, matemático, comentador de Aristóteles y médico árabe Averroes (1126-1198), aquel que dijo aquello de “quien habla de cosas que no le atañen, escucha lo que no le gusta”; y al poeta, filósofo e historiador Aben Hazam (994-1064).
La cena de la última noche fue en la taberna “El toreo”, donde probé el flamenquín por primera vez y ya tengo ganas de repetir.
Y podría decir que esto fue todo, pero mentiría. Fue mucho más, porque mucho es lo que queda. En nosotros. En mí. Una visita así tira de uno hacia arriba, llenándolo. Y porque veo las velas enchichas de las barcas en el Guadalquivir, y yo voy en una. Y al desembarcar, cruzo el puente romano y llego hasta la mezquita aljama, y llama el muhecín a la oración, y yo permanezco de pie, respetuoso, admirándolo todo.
Y tengo al lado a la persona a quien va dedicado este ensayo que ahora concluyo en casa, ya en Madrid, de madrugada; la persona que, cogiendo mi mano, me arrastró con ella hacia ese sol y ese blanco y rojo y ese aroma de jazmín tan especial; la mujer que hizo ante mí bailar sus ojos; y su risa, tan espumosa que pretendiera encandilarme...
...como si se pudiese estar más encandilado de lo que ya estoy...

Maimónides y yo, en animada charla
"Todas las religiones son obras humanas y, en el fondo, equivalentes; se elige entre ellas por razones de conveniencia personal o de circunstancias."

Averroes.

martes, 3 de noviembre de 2009

La lumbre de Montauban

En estos días en los que lo más importante parece la corrupción, que si la trama Gurtel (la Trama por excelencia), la trama de Santa Coloma, lo de Lugo, lo de Mallorca, lo de Caja Madrid, lo de Maroto y el otro y la moto de mi cipoto, como si hubiéramos descubierto ahora la corruptela, el compadreo y lo otro.
En estos días, digo, donde los medios de comunicación (los mass media, como decía un profesor finolis de mi facultad) nos bombardean como a borregos un día sí y otro también, diciéndonos que qué vergüenza esto y lo otro ("esto" y "lo otro" dependen, en su esencia y gradual importancia del canal que se ponga), sazonándonos la mierda con un poquito más de mierda espolvoreada a granel (que si un Gran Hermano por aquí, un Pekín Express por allá, que si el Granjero busca Polvo, que si el Aprendiz, que si esta gilipollez, que si esta otra)... y nosotros venga a tragar, porque ya bastante nos porculean en el trabajo y en la Administración, que si Fulano tráigame este papel, que si le falta a usted para cumplimentar la instancia un certificado de la primera vez que tiró usté de beta (que cagó, vamos, siendo usté un mico, osea, un niño de teta), y tal, y tragando y tragando, porque llegamos derrengados y encima hay que dar gracias por no estar en paro, que esa es otra. Y venga, mierda por un tubo, y un sistema "democrático" que genera, por su propia naturaleza, corrupción a espuertas, y venga a decirnos todos que qué vergüenza, cómo es posible, oiga, que yo para eso no le voté a usté, ni al otro, como si el pobre diablo que abre la boca para quejarse supiera realmente lo que está diciendo, el muy mamón.
Y hoy, tres de noviembre de 2009, 10:46 de la mañana, a nadie le importa un carajo la efeméride, salvo a cuatro chalados, como el menda. Hoy hace 69 años que murió Azaña: solo en el exilio, deshauciado por todos y por la vida en general, en una lúgubre habitación de un hotel en Montauban alquilada por la embajada de Méjico en medio de la Francia de Vichy, con los nazis conchabados por la policía de Franco para llevarse a Azaña atado con una correa exhibiéndolo por el Paseo de la Castellana.
Pero esa luz no se extinguió del todo, aunque nadie la recuerde hoy. Los telediarios no abriran en primera plana, porque no es actualidad, ,ni mierda de Gurtel ni Rajoy ni Zetapé ni Rato ni Aguirre ni la Trama ni la madre que los parió. Pero casi lo prefiero. De esta manera, silenciosa, la lumbre sigue, bermeja, arrojando tímida luz perpetua de dignidad republicana. La misma de "España ha dejado de ser católica", algo que la mayoría ni entendió, ni entiende, ni entenderá (la frase, digo), y tantas otras, improvisando discursos que luego pueden ser trasladados a papel sin tocar ni una coma, escribiendo libros como "El Jardín de los Frailes" o "La Velada en Benicarló", siendo criticado por derecha e izquierda, denostado por los intelectuales por ser, precisamente, un intelectual metido a político, cuando ya se sabe que los intelectuales lo que tienen que hacer es criticar y criticar hasta hartarse, pero sin bajar al piso, osea, sin llenarse las manos de mierda.
Me quedo con una de sus frases, que resume a la perfección lo que, en gran parte, es este país:
"En España, la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro"
Tibia, lejana, digna permanece la luz en Montauban.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ágora, o la parábola del círculo

En mi última visita a casa (Avilés) encontrábame yo en una charla distendida y familiar, al socaire del último día de fiesta nacional. En un momento dado, el menda afirmó (con total convicción, y corrigiendo a otra persona) que los patos, en general, tenían alas pero eran incapaces de volar, como si tal fuese su naturaleza. Entonces David, sin darse importancia ni haciéndome sentir inepto, hizo una acotación sobre el asunto:
"-Sí que pueden volar, lo que pasa que a los patos del parque les cortan las alas, para que no marchen."
Bueno, esto puede parecer de perogrullo, y de hecho lo es. ¡Tantos años pensando que los pobres patos, ánades, anátidas en general, no poseían el don de Hermes! ¿Influenciada mi mente por la presencia del pato Lucas y/o Donald? Puede ser, pero no es a lo que voy.
A lo que voy, es a que algo que pueda parecernos simple, más claro que el agua, de cajón, siempre tuvo un primer descubridor o descubridores, y antes que él/ellos, tuvo unos primeros investigadores del asunto.
Digo esto porque el sábado pasado vimos "Agora", la nueva peli del Amenábar. Trata, como casi todo el mundo sabrá, de una parte de la vida de la filósofa Hipatia de Alejandría (finales siglo IV d.C.), en el tiempo en que los filósofos investigaban, teorizaban y se mojaban las manos comprobando (ensayo y error, etc) las teorías que bullían en su mente. La peli nos muestra a Hipatia como una investigadora del círculo, esa forma perfecta que, en principio, debe regir, en tanto que perfecta, el ordenamiento del universo, del mundo, de la vida.
Pero no todo lo perfecto termina funcionando. No digo más, para los que aún no la hayais visto.
Pero la peli habla de algo más. Está ahí un interesante reflejo del conflicto civil-religioso, a nivel histórico (miel para la abeja que soy yo), reflejado entre el obispo Cirilo (el futuro San Cirilo) y el prefecto Orestes, autoridad civil de un Imperio Romano a un tris de desaparecer (recordemos, fin "oficial" del Imperio de Occidente en 476 d.C.). También tenemos el conflicto personal, gentes que eran paganas al principio y terminaron convirtiéndose al cristianismo, la religión de moda y en auge, bien por propia convicción bien para medrar bien por obligación para salvar el pellejo, que eso siempre cuenta mucho. También hay amor, pero en una medida normal, platónico a veces, lo cual viene también al pelo (por lo del filósofa, y tal). Y, no nos engañemos, también es una película de Mujer. Una filósofa que da clases, que investiga en matemática y ciencia, que es una autoridad reconocida en la Biblioteca de Alejandría, pasada por el tamiz del cristinanismo se convierte en eso, una mujer, sin aditamentos, destinada, precisamente, a ser el aditamento del hombre, del varón. "Debe callarse", en general, según las Escrituras que lee el obispo Cirilo. Es lo que hay.
Hay dualidad en la peli. Los "malos" no son estúpidos, aunque algunos vayan de negro. Dentro del cristianismo también vemos luz (el obispo Sinesio de Cirene, por ejemplo, y las obras de caridad social repartiendo pan entre los pobres), y dentro de los paganos también vemos oscuridad (la intolerancia respecto a las nuevas ideas religiosas, la sed de venganza). Aunque supongo que todo esto cada uno lo interpretará acorde con sus propias convicciones. Como le venga en gana, vamos.
El círculo. La Tierra. El planeta, digo. Lo vemos constantemente, en planos hiperabiertos que descienden desde la ionosfera hasta el delta del Nilo donde se enmarca Alejandría, de seguido, sin corte de plano, en una peli española. Ya era hora, caray.
Pero el Amenábar nos engaña, nos somete a un fraude bien pensado. Todo el tiempo hablando del círculo, mostrándonos el Planeta entero, como si este fuera, realmente, un círculo. Pero todo es una apariencia. ¿No está, acaso, achatada por los polos...?
La peli es buena. Pienso que es la mejor película española del año, y de otros años también, y lo digo sin haber visto todas las demás, pero ni falta que hace. Pero no es una obra maestra. Muchas veces le falta "punch". Le falta algo. Emoción, a veces. Una música que hile las imágenes de una forma reconocible y emocionante. Esos zoom brutales sólo son acompañados por un lejano rumor. Hace falta más. Las peleas callejeras no admiten, a estas alturas, a secundarios y terciarios balanceando una pala de dientes parados sin saber dónde meterse para pelear. Alejandría es hermosa tal y como la retrata Amenábar, pero se echa en falta algún plano medio y corto más, de otros lugares que no sean la biblioteca y, precisamente, el ágora, esa plaza pública a la que accedían los ciudadanos en la antigua Grecia (no al Zigurat, por ejemplo, el templo al que sólo entraban los sacerdores).
Pero está bien, Alejandro Amenábar. ¿Qué habrías hecho con Alatriste? Ese héroe abatido reflejo de una España imperial a punto de deshauciarse, en una ciudad oscura donde por menos de nada te endiñaban dos palmos y medio de acero vizcaíno en una esquina.
El círculo. Lo perfecto no existe.
Todo, en la Vida, se puede curvar.
Id en paz, hermanos.

lunes, 28 de septiembre de 2009

De vuelta

Bueno, estoy de vuelta. Tras el receso vacacional, aquí estamos de nuevo, dándole a la tecla. Nuevas ideas y proyectos se funden con los viejos.
Hay cosas que no cambian: la crisis, la política, el sol por las mañanas... Pero en vacaciones la luz es distinta. Pasé las semanas de descanso en tierras norteñas, entre Galicia y Asturias, siguiendo la senda de los reyes asturianos de los siglos VIII y IX. Entre las costas neblinosas de Coruña, las hermosas torres románicas de la catedral de Compostela y los muros romanos de Lugo, hasta la vega de Santianes de Pravia, donde se funden el Nalón y el Narcea, bajo los pequeños arcos prerrománicos de la iglesia palatina de Santianes, allí donde la reina Adosinda (nieta de Pelayo) y el rey Silo fundaron la segunda capital del reino asturiano. Sería su sobrino, el rey Alfonso II "el casto" quien actuaría de primer peregrino a la tumba del apóstol Santiago Matamoros. No importa que Santiago jamás pisase España y que dicha tumba sea, con alguna probabilidad, la del obispo hereje Prisciliano. No importa. Dentro de la catedral el sol brillante de la mañana se cuela apenas por las vidrieras, envolviendo la nave central en un aura tenue de espiritualidad intemporal. Los pilares firmes, la tracería gris. Varias personas oran en los bancos, en silencio. Peregrinos en pie miran hacia arriba, como buscando el porqué de los callos de sus pies. Algunos parecen encontrarlo en el aire tibio que se mueve sinuoso entre las columnas y las ensombrecidas naves laterales. En una esquina, silencioso, un escudo del rey Ramiro de Asturias. Me paro frente a él. 842-850, me digo. Santa María del Naranco, me digo. Los normandos, me digo. Yo allí, me digo. Ana deambula aquí y allá, mientras yo intento imbuirme del ambiente. Botafumeiro enorme y quieto, espectante. Ana se acerca a las espaldas del Santo, en medio abrazo. Yo voy detrás de ella, subo el peldaño, oteo el fondo del altar, y con la zurda le palmeo en el hombro.
Una ola rompe en la playa. Avilés está en silencio. Mis padres y mis hermanos duermen. Ana también duerme, lejos. Es tarde. Estoy solo, pensando. Vacaciones para pensar, no está mal.
¿Lo mejor de todo? Que no hay mucho que pensar, no rompecabezas. Sólo proyectos ilusionantes. El pasado ya no pesa tanto. El futuro está sobre nosotros, en cada paso que damos.
Mientras duermen, separados, yo miro por la ventana en silencio. Me gustaría protegerlos a todos, pienso. Fuera silba una brisa cantábrica que entreteje la luz de las estrellas.
No está mal, me digo en un susurro.
Y yo mismo añado: por fin.

La vega de los ríos Narcea y Nalón, Pravia, en las medianas luces de la tarde

en un día de finales de verano.

sábado, 18 de julio de 2009

El vuelo del fénix

Bueno, ya la he visto. "Harry Potter y el Príncipe Mestizo", que es como debería llamarse, bien traducida, "HP y el Misterio del Príncipe". Dos horas y media de película que no se me hicieron largas. Al contrario, muy entretenida, con buenos momentos de humor, algo de lo que las otras entregas carecían bastante.
Como siempre en estas películas, la trama respecto al libro pierde profundidad, pero aún así ésta sigue mucho mayor que la mayoría de las películas de fantasía de estos últimos años, horneadas al calor del éxito de la trilogía (una pelicula partida en tres trozos, en realidad) del Anillo Único.
Los efectos especiales están geniales, ya era hora en esta saga de que alcazaran ese nivel.
La música de Nicholas Hooper es consustancial a un hecho curioso: se pega como una lapa a la imagen, pero en su audición separada de la película, pierde, no es tan emocionante. No obstante, cumple con la función de toda banda sonora: servir a la imagen.
Los momentos de acción son muy oscuros, con una buena ambientación de ese poder creciente de la Tiniebla. Y frente a esa tiniebla, hasta ahora, se alzaba una varita de saúco, una luz de esperanza frente a las nubles calavéricas de la Marca de Voldemort, una varita anciana, sabia, ya cansada, pero noble, y aún firme, el mentor por excelencia de estos libros: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.
¿Qué será ahora de mí, viendo las dos películas restantes? A quién volcaré, a qué personaje dedicaré, ese sentimiento entrañable, de antigua fuera que aún brilla, que él me provocaba?
J.K. Rowling pretendió, en sus libros, hacer una mezcla entre Gandalf y Merlín, por un lado, y un ser humano completo, realista y verdadero por otro. Lo consiguió, a mi parecer.
Hablaba al principio de profundidad. En esta película, hay que buscarla en otros detalles, como en esa mano de Dumbledore sobre el brazo de Harry al principio de todo, cuando casi puede sentirse el calor y la ligera presión protectora.
Ayer, sinceramente, pensé que se me caerían los lagrimones. Pero no fue así. Ocurrió algo peor. Mientras el ave fénix Fawkes volaba sobre los tejados del colegio, mientras los tres amigos se asomaba a la barandilla y el sol se ponía, mientras llegaba el fundido a negro, mientras la música, ahora sí, emocionaba, al menda se le puso un nudo en la garganta que le dura hasta hoy.
Fue entonces cuando pensé que todos deberíamos tener un Dumbledore en nuestra vida.
Busquémoslo.
Sirva esto de pequeño homenaje.

viernes, 29 de mayo de 2009

La semana que viene... ¡hablaremos del Gobierno!

Eran geniales. Luis Sánchez "Tip" y José Luis Coll, Tip y Coll, formaban parte de esa generación de humoristas que, por mor de las circunstancias, se veían impelidos a rebuscar hasta en los últimos estratos de la inteligencia humorística para solventar las cambiantes condiciones políticos sociales de esa España de camisa vieja.
En sus gags hablaban de todo; hasta de cómo llenar un vaso de agua siguiendo unas instrucciones en francés declamadas por Tip y traducidas por Coll. Desternillante.
De lo que nunca hablaron fue del Gobierno, a pesar de terminar cada acto teatral y cada escena con esa frase: "la semana que viene..."
A cada día que pasa, más hago caso a esa filosofía. ¿Qué dirían ahora esos monstruos del humor? "La semana que viene... hablaremos del avión de ZP"; o tal vez "la semana que viene... hablaremos de las elecciones europeas"; a lo mejor "la semana que viene... hablaremos del aborto"; "de monseñor Cañizares"; "de Paco Camps y sus trajes"; de "miembros y miembras"; de "es un ser vivo pero no es un ser humano"; la semana que viene...
...y nunca hablaron, porque ellos estaban por encima. Descender a las miserias de la vida política de este maltrecho país. Porque ellos tenían más de dos y de tres dedos de frente.
Eso sí, con la crisis se habrían hinchado. Fíjense ustedes: los que intentan sacarnos de ella fueron los que nos metieron. Y más: cobran desde 5000 euros los más modestos (los diputados) hasta chorrocientos mil euros (empresarios y cía). Al mes, claro.
Ante esto, prefiero imbuirme de ese espíritu humorístico del que hacían gala Tip y Coll, Miguel Gila, Eugenio...

Pongo la tele y escucho y veo a un político dando un mitin mi mente traduce, automáticamente, y de repente le escucho hablar como Antonio Ozores: "Es una vergüenza que el Gobierno no... bocadillo de mortadela señal de tráfico en ambar culebra roja de chorizo eso no se dice caca chuletas de bacalao en Logroño ay ¡¡noooo hija no!!".

Zapeo. Zap zap zap.




Ahora contemplo hablar a un diputado en el Congreso, mancillando el mismo suelo y el mismo ambiente, bajo el mismo tragaluz en el que hablaron Azaña y Ortega y Gasset, mis oídos sólo pueden oír "¿es el enemigo? ¿oiga? ¿es la guerra? Que... que mañana por la tarde no ataquéis, que hay fútbol" y cuando Gila cuelga el teléfono vuelvo a hacer zapping.




Zap Zap




Un tertuliano habla en un debate en tv como si él mismo fuera Eratóstenes de Protas. Entonces de su boca surgen palabras sueltas: "Saben aquél de diu que era una pareja de novios, él respetó a la novia hasta el final tú, y diu el día de la boda le diu a ella: "nos vamos a ir de luna de miel a Valencia". Se casan y cogen autopista para Valencia, y diu a la media hora le diu ella a él: "ahora ya estamos casados nen, ya puedes pasarte". Y se fueron a Sevilla tú."




A ver si va a resultar que, a lo mejor, estoy fuera de la realidad. Quizá debería dejar que me regalen un buen traje. No uno cualquiera, uno cojonudo, coyonut o como se diga, com se diguim, sin factura ni ná. A renglón seguido, ahora que empiezan mis vacaciones, me piro vampiro a Soria en un Jumbo 747 air force güan de las FFAA, que tenga vidé a todo confort. Luego, malverso fondos un poquito. Luego, me dejo querer. Luego me hago nacionalista. Luego lo contrario. Luego me doy golpes de pecho en misa un poquito. Luego comparo violaciones de niños por curas y monjas con el aborto. Luego de ser un mindundi me hacen Ministro del Gobierno del Reino de las Españas, aunque en realidad yo sólo sepa que la eme con la a es MA y hacer la O con un canuto de manera rudimentaria; eso sí, en la foto luzco que te cagas (no en vano el traje es regalado).

Ahora ya estoy listo. Estoy en la realidad del país. Huela a mierda.

Zap Zap. ¡Zap Zap!
¡No puedo cambiar de canal! ¿Dónde reponen esa gran película histórica española en la que Ozores hace de fraile de la Inquisición y ante la afirmación de un campesino que dice "mi padre es un holgazán y un vago", el fraile Ozores responde "ah pero ¿su padre es diputao?"

Por favor, que se abran los cielos y por ellos descienda un haz de luz que nimbe a Tip y Coll vestidos de frac.

Porque no quiero hablar del Gobierno.




miércoles, 6 de mayo de 2009

Abuelita

La rosa en la ventana

Es curioso y extraño a la vez, y quizá también, desde cierto punto de vista, sea comprensible. Hace ya más de dos años y es ahora, justo en este entretiempo, cuando empiezo a echarla más de menos.
Como siempre, a Rubén se le quedan miles de palabras que decir, miles de cosas que preguntar, miles de ansias por saber más que ahora a la fuerzo debo reprimir. Tantos momentos que pude vivir y que ahora se conforman con ser imaginaciones y fantasías que se pierden en mi cabeza. Tengo la sensación que se fue sin que yo la conociese bien, realmente. Hoy, no es el deseo por investigar la vida de alguien perfecto lo que me mueve a verter en estas líneas mi ignominia mental. Es, en cambio, el lamento lánguido de no poder ver a una persona como fue, con sus luces y sus sombras. Y el problema es precisamente ese: yo tengo alguna luz, pero sobre todo tengo sombras.
No sé por qué escribo esto hoy. No es ninguna fecha especial, ningún día señalado ni efeméride alguna. Pero tengo que hacerlo, aunque no lo lea nadie.
Abuelita la llamé siempre. Miento: hace algunos años improvisé formas de llamarla más acordes con el paso del tiempo, o eso creía yo, al menos. Pero al final, se impuso ese Abuelita ya que, con solo evocar esa palabra, me llevaba inmediatamente a su rostro. Y era este afable, al menos tal y como yo creí conocerlo, ya vetusto, la piel tersa, curtida por años y años de esfuerzo y trabajo.
Recuerdo que en febrero de 2007, en el funeral el cura se refirió a su sonrisa. Tenía razón. Era una sonrisa especial, porque estaba cimentada en su creencia de que toda la gente puede llegar a ser buena, si se lo propone.
Seguro que sufrió, en mayor o menor medida, interiormente, en silencio, cuando yo me aparté de la Iglesia. Devota católica, convencida en la Redención de los pecados, y en la infinita misericordia de Dios, vivió teniendo presentes esas Escrituras que su madre, mi bisabuela María, le inculcó desde niña. Yo mismo he podido ver, en estos dos años, un misal, un catecismo y un devocionario firmados por una joven Pacita Pérez Fernández, 1929.
Su aparición al final de mi pequeño relato histórico publicado aquí hace semanas, "Abril: entre Avilés y la Puerta del Sol", como una jovenzuela que se dirige, en su primer día de trabajo, a la redacción de "La Voz de Avilés", es solo una gota en el mar que no le hace justicia. Ella misma podría haber escrito un relato mucho mejor, que podía haber titulado "Cómo sobrevivir en España en los años 50 con un marido enfermo en cama, una hija pequeña, un hijo aún bebé, una vaca, cuatro conejos, seis gallinas y un pedazo de tierra".
Pero todo esto, ahora, me queda muy grande. Es mucho más grande que yo. Casi me parece una falta de respeto hablar de ello. No debería ser así. Pero lo es. Sé que ella quería a todos por igual, pero también sé que yo no era su nieto predilecto. Pero también sé que eso no cambia nada. La vida somos nosotros mismos y miles de circunstancias cambiantes que nos acechan por doquier.
También sé que nunca nos vimos mucho; al menos, no muy a menudo. Quizá por eso sea ahora, más de dos años después, cuando más noto su falta. Muchas veces la perspectiva de que no haya nada Después, salvo Vacío, me acongoja y tengo que auto-obligarme a pensar en otra cosa; y otras veces me gusta pensar que tal vez esté por ahí, no sé si arriba, abajo o simplemente por Ahí, observando cómo su nieto no-predilecto, se lamenta él solo, en silencio, sin contarlo a nadie, a veces a oscuras en la cama, de noche, a veces paseando a día abierto, por no poder sentarme a su lado ahora mismo, en la cocina, oliendo a madera vieja y a carbón quemado mezclado con la última comida del día, y poder pregutnarle cosas; muchas. Todas. Yo, tanto tiempo alardeando de mi gusto por la Historia, y tenía al lado Historia Viva nacida desde 1916. Ella quizá tenía metido en la cabeza, aún, el ronco zumbido de los Fiat italianos sobrevolando las calles de Avilés, soltando la metralla en los tejados de la plaza de Abastos y derruyendo parte de la fachada del ayuntamiento, en 1937.
A lo mejor ya no lo recordaba. Pero a lo mejor sí. Y yo, debería habérselo preguntado, para atesorar ese recuerdo y transmitirlo a los que vengan después.
Fueron 91 años de lucha, de brega, de trabajo constante.
Y fue quizá una corazonada, lo que me llevó a visitarla en vísperas de mi viaje a la Capital, en agosto de 2006. Fui solo, pero tenía la sensación de que aquella oportunidad no podía dejarla escapar una vez más. Y menos mal. Hablo conmigo sin darse importancia, aconsejándome con una humildad impropia de alguien que con 91 años aconseja a otro alguien de 26. Lo que me contó no voy a reproducirlo aquí. Sólo diré que fue la vez que más cerca de ella me sentí, como si supiera que estaba siendo la última.
"Cuando vengas, ven a verme a mí también". Una vez más Rubén incumplió su palabra. Parecía que ella siempre estaría ahí, que siempre estaría bien. Sólo era descolgar el teléfono, sólo era doblar a la derecha en lugar de seguir de frente. Pero un día ya no estuvo. La voz de mi madre (no podría haber otra voz mejor para eso) me lo hizo saber, ese febrero de hace dos años. Se había ido.
No llegué a tiempo. Sólo para llevarla en el último tramo, la última salida. Era febrero pero hacía un extraño día de primavera. Un sol manso, tranquilo, una luz reposada. Una pura metáfora de esa sonrisa que, ahora, solo podía evocar en mi mente.
Ahora, la echo de menos. Quien quiera que lea esto, quizá no le sirva para nada, y quizá, tal vez, contribuya a hacer reflexionar sobre aquellos que siempre están ahí y que, a lo mejor por eso, no tratamos como realmente merecen. Luego, el lamento es tan sólo la frustración de un deseo.

Te echo de menos.

Epílogo.
Meses después. Tarde gris. La casa en silencio, el viento agita su soledad impuesta. En un acto reflejo, golpeteo el cristal de la cocina. Nadie responde. Oscuro. Ana me aprieta la mano. Me esfuerzo en llorar, pero no me sale el llanto. Del rosal arranco una flor, y allí, en el alféizar de la ventana, solitaria, la dejo tendida.
Ojalá nunca se marchitase.

Ahora sí. Ahora, ya me sale el llanto.

P.D. Papá, este va para Tí.

viernes, 1 de mayo de 2009

Músicas de Cine

Lunes, 27 de abril. Calles de Madrid, vías de circulación, siete de la tarde, soleado, dos asturianos se baten el cobre en la circulación de la capital del reino; uno conduce, otra co-pilota profesional. "¡¡¡Brumm brumm piiiiiiiiiiiiiiiii pipipiiiiiiiiiiiiiii mamooooonnn!!!" ¿Pero este que coño haceeee!!!"... etcetera.

Parking. Ratonera. Calle del Príncipe de Vergara, número 146. Recordemos que el Príncipe de Vergara fue el General Joaquín Baldomero Fernández-Espartero Álvarez de Toro, el del Abrazo de Vergara con el general carlista Rafael Maroto Yserns (el de la moto, chistes de historiadorcillos). Auditorio Nacional. Concierto "Coros de Cine", esto es, Bandas Sonoras.
Aclaración: YO soy un FRIKI de las bandas sonoras (orquestales, no las canciones churreras a las que comúnmente se hace referencia cuando se habla de la música de cine).
Sigo: Orquesta Sinfónica Chamartín y Coro Talía, ambos madrileños. Dirige su directora titular y fundadora del Coro Talía, Dª. Silvia Sanz Torre. Sala Sinfónica del Auditorio, vista muchas veces por la televisión, conocida ya anteriormente por mí cuando presencié, en solitario, un concierto sobre obras de Mahler.
Patio de butacas, zona central escorada al lado izquierdo. Buena vista del escenario, aunque mejorable. Se produce ese momento en que el menda se emociona y no para de decirle a Ana gilipolleces. Me calmo cuando se produce otro momento que me encanta: la orquesta afina. Detrás, se acomoda el coro.
Ñíiiiiiiiii.... Paaaaaa.... Buummm....
La directora entra en escena. Da la mano al primer violín (en esta ocasión, primera violinista, pues se trataba de una chica de facciones eslavas). Aplausos. Silencio mágico. La directora da la entrada y las primeras notas de Shrek, de Harry Gregson-Williams, reverberan en los salientes y guardacantones del auditorio. No es una obra complicada, pero se nota que la orquesta no es de primer nivel.
Aclaración: Verbigracias: La orquesta sinfónica de Viena, la de Chicago... son DIOS. La London Symphony, la Nacional de España, incluso la OSPA... son de Primer Nivel. La que hoy nos ocupa, es de Segundo Nivel. Ojo, hay más por debajo: las orquestas del Este, baratas, muy usadas en el cine español, o las orquestas de aficionados o conservatorios, son de tercer nivel. Luego están las orquestas juveniles, etc... Un tema tocado por una y otra de estas orquestas arroja diferencias abisales (y digo abisales, no abismales, a posta). También influye el director. Silvia Sanz realizó una dirección para nada ortodoxa, sino más bien gestual. No la vi marcar dos compases seguidos casi en ningún momento, pero parecía divertirse a tope con las piezas, dando la entrada emocionada a las secciones, y ofreciendo, en fin, una dirección vivaz y alegre. Pero esto también se nota: ella no era la autora de ninguna de las piezas, y ese es un privilegio que solo los autores que saben dirigir pueden ofrecer al público. Verbigracia: el concierto de Alan Silvestri hace dos años en la calle Atocha, en el que el autor de Regreso al Futuro puso en pié al público al segundo tema.

Y la imagen en mi retina del Maestro Howard Shore marcando el compás 5/4 sincopado del tema de Isengard (La Comunidad del Anillo), o la dirección de su obra maestra, el tema Arden las Almenaras. "Ligthing of the Beacons" (El Retorno del Rey), donde exprime a la orquesta en un tutti (la totalidad de instrumentos tocan a la vez) dirigiéndolos a todos y elevando el nivel compositivo para cine a la enésima potencia.

Volvamos a Madrid: Shrek bien tocado, el coro brillando un punto por encima de la orquesta (tónica repetida toda la velada). Al final, se atrevieron a tocar el tema "Ride on the Dragon", que pensé no acometerían. Bien salvado, excepto por dos cosas: los metales debieron haber brillado más, y los chelos marcar más el stacatto. Pero para eso, el menda es un pijotero, tal y como Ana me señaló cuando se lo susurré a su lindo oído.
Luego llegaron temas de Harry Potter, salvado dignamente, sobre todo el coral Double Trouble. En esta banda sonora se pudo apreciar lo cabrón que es el Maestro John Williams, rayando el cabroneo en la cuerda a altos niveles, ofreciendo una caterva de aumentados y disminuidos muy bellos al oido pero, supongo, muy agrios de tocar para la cuerda (calma: no voy a explicar qué son los aumentados y disminuidos, porque tampoco sabría hacerlo bien).
John Williams, con su peculiar estilo altamente loado por millares de frikis del planeta, entre los que me encuentro.

Un aparte dedico a una película española con música vivaz (¡al fin!): La Conjura de El Escorial, infausta obra del cineasta Antonio del Real, mala película en la cual tan solo salvo el vestuario, las localizaciones, a Juanjo Puigcorbé (hace un digno Felipe II) y, sobre todo, la música de Alejandro Vivas. El propio compositor me firmó el disco, al final del concierto, estrechándole yo la mano. La suite de temas de esta película fue bien tocada, destacando su Réquiem (Ana me enseñó su piel de gallina) y la vivaracha Lucha en el Mercado, un gran tema que a muchos recordaría a la música de Piratas del Caribe, como yo mismo susurré de nuevo a Ana, pero que, pensándolo mejor, recuerda más a las obras de W. Korngold, un compositor de los años 30 que a todos os la traerá al pairo, pero que musicó grandes obras marinas como "El Halcón del Mar", para lucimiento del saltarín y galán Errol Flynt.
Alejandro Vivas, ojalá no haya sido su primera y última composición para el cine
Más temas, un par de ellos corales antiguos, el "Don't cry for me Argentina", simpático. Salvar al Soldado Ryan, tranquilo y pausado, definido por Ana como "soso", preparó la traca final de Star Wars:
La lucha galáctica, magna obra de John Williams, fue salvada también dignamente. Bien el tema de Darth Vader, los Créditos de inicio archiconocidos, esa fanfarria poderosa con el tema de Luke Skywalker, y al final, para cerrar el programa, se atrevieron con el "Duel of the Fates", sin duda lo mejor de TODA la ¿pelicula? de "La Amenaza Fantasma". El coro rindió bien las frases en sanscrito, pero la cuerda estuvo algo falta de fuerza en los stacattos y spicattos, y algo más cortada debería haber tocado en un par de pasajes (ojo, siempre con el original en mente).
Todo fue megadivertido. Me lo pasé como un enano. De nuevo, la música de cine (la verdadera música "clásica" de nuestro tiempo) se me revela como un deleite para mis sentidos. Y, al escuchar el gran tema de "Lucha en el Mercado", me pregunté en silencio a mí mismo...
...¿cuándo? ¿cuándo podré componer yo algo así?














Howard Shore se retuerce conduciendo su Sinfonía en Tres Movimientos

martes, 14 de abril de 2009

Abril: entre Avilés y la Puerta del Sol

Madrid, 13 de abril de 1931. Calle Arenal confluencia con Plaza de Oriente. Ocho de la tarde.
El gaditano Almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas, Presidente del Gobierno, es asaltado por una turba de periodistas, las manos llenas de libretas y lapices de mojar la punta en la lengua.
-Señor Aznar señ... ¡tú, no empujes, coño!
-¡Calla! Señor Presidente ¿cuál es la...?
Se produce un bamboleo en la caterva periodística. La punta de una pluma casi arranca un ojo al Almirante.
-¡Señores, por favor! -grita un escolta, acariciando ya la curvatura de su revólver, nerviosito ya.
Los profesionales de la información parecen calmarse. Uno de ellos, del diario Sol, realiza la pregunta de marras:
-Señor Presidente, ¿hasta dónde alcanza la magnitud de esta crisis?
El Almirante, que había asistido al espectáculo con la mirada ausente, con el desprendimiento de quien se sabe ya en el último vagón, parece volver en sí. Arquea las cejas, y abriéndose paso con la fuerza de sus sesenta y un años, exclama:
-¡Crisis! ¡Crisis, dice usté! ¿Qué crisis mayor puede haber que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano? ¡La madre que parió a este país!
14 de abril. Tres y media de la tarde. Plaza de Cibeles.
Armanda López Trigueros, manola del barrio castizo y cañí de lavapiés, se detiene en la confluencia de Cibeles con Recoletos. Camino a la Gran Vía detiene su paso, brazos en jarra, y vuelve sobre sus pasos. En la fachada gris (es blanca realmente, pero hace años que no se limpia) del precioso Palacio de Comunicaciones se produce una alteración supina: varios operarios están bajando la bandera nacional, roja y amarilla de toda la vida desde Carlos III. Varias manolas y chisperos se arremolinan, expectantes. En la cera de enfrente, la de los señoritos, varias damas cuchichean, alamardas. La bandera nacional desaparece balcón adentro, bajo el escudo imperial de Carlos V. Instantes de expectación. Reaparecen los operarios. Al punto, despliegan de nuevo la bandera.
-¡Hojtia!
-¡Qué qué!
-¡Ej que no vej que no ej la mihma!
-¿É?
-¡Claro, prenda!
-¡Hojtia Chulo! ¡Ej que es la República!
-¡Ya ves!
-¡Ya te digo, Chato!
En la otra cera, la cera de gente bien, un octogenario novelista, el avilesino Armando Palacio Valdés, apoyado en su bastón de paseo murmura para sí protegido por el ala de su sombrero:
-...la niña bonita...
La red telegráfica española ya es tricolor.
Madrid. Seis y media de la tarde. Domicilio de Miguel Maura Gamazo. Calle Príncipe de Vergara.
Niceto Alcalá-Zamora y Torres remueve el café con leche. Francisco Largo Caballero da paseos, meditabundo, las manos a la espalda. Santiago Casares Quiroga mira por la ventana, resguardado por la cortina. Sentado en un sillón de orejas, Manuel Azaña Díaz hace ademán de sorber su café, más oscuro que el de Don Niceto, pero lo deja intacto en la mesilla. Enciende un cigarro, nervioso, sumido en sus pensamientos.
En ese momento la puerta de la salita de estar se abre de súbito y entra Miguel Maura como una centella.
-¡El gentío sube por Lavapiés y Atocha y desde Cibeles y Gran Vía hasta la Puerta del Sol! ¡Telégrafos es nuestro! Podemos contactar sin problemas con los gobernadores civiles.
Alcalá Zamora se entusiasma rápido.
-¡Vámoh! ¡Ehto é la hohtia!
Maura pide un vaso de agua que bebe de golpe, sudoroso. Los guardias civiles se le han cuadrado en la esquina de Principe de Vergara con Goya. Está henchido de ego.
-Señor Alcalá, señores -anuncia con voz grave-: es hora de tomar Gobernación.¡Ahora mismo nos vamos a Sol!
Hay un desconcierto general. Niceto Alcalá echa en seguida mano a su zamarra, y llama a los dos gorilas que tiene por guardaespaldas. Una voz metálicamente castellana se yergue desde el fondo del saloncito.
-Maura, está usted loco.
Es Azaña.
-¿Loco? ¿Loco yo? ¡Loco usted, Azaña, que ve el poder en su nariz y aparta la mirada!
Manuel Azaña se levanta del sillón. El silencio se hace. Camina hacia Miguel Maura. Se detiene, frente a frente, abotonándose los botones de la chaqueta.
-Lo que quiere usted es que nos ametrallen.
-Yo lo que quiero es la República.
-Ya...
Entre todos convencen a Azaña, que se muestra temeroso ante la reacción de las fuerzas de orden público. Largo Caballero confía en la protección de las masas.
-¡Dejad que me vean a mí! Nos pondrán una alfombra. Roja, por supuesto.
Salen a la calle. Toman unos taxis por las bravas. De lejos se escucha un rumor creciente. La calle está semidesierta. Los coches, en caravana, enfilan Príincipe de Vergara cruzando la calle de Goya hasta la calle más castiza de España: la calle de Alcalá.
-¡Recto! ¡Recto! ¡Hasta la Puerta del Sol! -dirige Maura.
Por la Plaza de la Independencia baja un río de gente. Banderas tricolores, francesas y republicanas españolas, también banderas blancas, camiones destartalados vencidos por el peso de sus treinta ocupantes en la carga, motocicletas que pitan, mulas que berrean asustadas, varios niños aprovechan el gentío y lanzan dos petardos que asustan a tres aguadoras que derraman el líquido elemento de sus jarras y persiguen a los niños unos metros; luego, se cagan en sus progenitoras y prosiguen con su negocio improvisado.
En el último taxi, Azaña refunfuña:
-Casares, de esta me fusilan. Ese loco ya verás como se salva, pero a mi me fusilan seguro.
Su amigo Santiago Casares Quiroga, gallego, le tranquiliza.
-Calma Manuel, pronto pasearás por Alcalá a lomos de un corcel imperial.
-Amigo Casares, no seas palurdo.
Azaña se inclina hacia delante y ve cómo se crea un pasillo de gente a ambos lados del primer taxi. Puede ver también cómo Miguel Maura saca el brazo por la ventanilla y propina varios puñetazos a dos manifestantes, tal y como confesará el propio Maura en sus "Memorias".
Hora y media más tarde, a eso de las ocho de la noche. Puerta del Sol.
Miguel Maura se adelanta con Francisco Largo Caballero. En la entrada del edificio del Ministerio de la Gobernacio, en la Puerta del Sol, forma un pelotón de guardias civiles con tricornio.
-Ahora ya sí que nos fusilan -murmura Azaña.
El capitán se adelanta.
-Qué se ofrece a los señores.
Miguel Maura, gallardo, carraspea y toma la iniciativa.
-Pues mire usted, traemos con nosotros el Gobierno de la República Española. Abran paso.
-¿Quién lo manda?
-Yo, que soy el Ministro de la Gobernación.
El capitán se mesa el bigote, pensativo, y se retira unos pasos. Conferencia brevemente con sus subordinados. Azaña siente su corazón desbordándosele por la boca.
-Ya me siento fusilado, Casares.
El guardia civil vuelve donde le espera Miguel Maura en primer plano, y dos pasos por detrás los caballeros republicanos.
-Señor Ministro, a sus órdenes.
Se retira a un lado, cuadrándose. El pelotón presenta armas. Maura, sonrisa de oreja a oreja, recula hacia Azaña. Será primera y la última victoria de Miguel Maura sobre Manuel Azaña.
-Ves, Azaña, como siendo un miedica nunca llegarás a Presidente.
Y así fue como España se despertó. Unos demostraron que el Estado estaba hueco y podrido por dentro, y otros demostraron cómo no pudieron esperar al legal traspaso de poderes del rey Alfonso XIII a través del Conde de Romanones para ocupar los despachos ministeriales.
De todas formas, nadie leerá esta reflexión, pues, como vaticinó Azaña, "en España, la mejor manera de guardar un secreto, es escribir un libro".
Epílogo. Avilés, mañana del 15 de abril de 1931. Calle del Rivero.
La jovenzuela Pacita Pérez se dirige a su trabajo en La Voz de Avilés. Ajena a lo ocurrido en Madrid la tarde anterior, lleva en el bolsillo de la zamarra una carta de recomendación que le ha conseguido su madre Doña María Fernández. Quién iba a decirle a Pacita Pérez que muchos años más tarde tendría un nieto republicano...

miércoles, 1 de abril de 2009

El parte de guerra

Palacio de la Isla. Burgos. 1 de abril de 1939.

-...a ver qué te parece así, Pacón -Franco da media vuelta en su paseo sobre la alfombra de Rangún decorada con madreselvas doradas y alisos extendidos sobre campánulas grises, y blande varios papeles pintarrajeados en la mano derecha. Se aclara la voz y lee, melífluo-: En el día de hoy, primero de abril del tercer año triunfal... -tose, inseguro, reponiéndose al instante- las tropas españolas les hemos dado pal pelo a las hordas rojas... No no , espera Pacón, tacha esto último.
Francisco Franco Salgado-Araújo, alias "Pacón", primo del otro Franco, tacha las últimas ´palabras y vuelve la mirada a su primo caudillesco, poniendo los ojos en blanco de cansancio cuando el primísimo no le ve.
-Tranquilo Paco, tú a tu ritmo.
Franco echa a su primo una mirada por encima de los papeles.
-Qué quieres decir con eso de "a tu ritmo".
-¿Perdón?
-Sí sí, ese tonito.
-Eh... ¿qué tonito, mi general?
-Ah, ahora soy "mi general"...
-Siempre lo has sido, Paco.
-Ya...
Franco se pasa la punta de la lengua por el bigotito y le deja a su primo, de soslayo, una miradita muy suya, de esas de "ya hablaremos tú y yo luego".
-Apunta, Pacón: En el día de hoy blablabla... las tropas nacionales han limpiado... No. Han vapuleado... No. Les han dado por... No. Pacón -el caudillo pone ahora voz sibilina-, ¿tú cómo lo pondrías?
Ante esa disyuntiva histórica, a elegir entre lo que su primo quiere decir pero se ve incapaz de poner en papel, y lo que el último parte de guerra debería decir, Pacón, como buen gallego, no opta ni por lo uno ni por lo otro.
-Yo llamaría a Ramón, Paco.
Franco acepta, con la expresión de admiración escondida por el requiebro de su primo.
-Sí. Que se presente Serrano.
Al punto, entra Ramón Serrano Súñer. No como Franco, sino carente de tripilla, alto, gallardo, al que en petit comité las mozuelas (y no tan mozuelas) llaman Jamón Serrano.
-Mi general.
-Sí, Ramón, estamos redactando...
Franco hace una explicación somera, pero se queda a la mitad, sumiéndose en un silencio ambigüo. Pacón termina de explicar el tema.
-Yo pondría lo siguiente, mi general: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado. Burgos, 1º de abril de 1939, año de la victoria. El Generalísimo Franco."
Franco entorna los ojos, procesa la información, en silencio. Pacón suspira, aliviado. Serrano se mantiene en pie, heroico en su uniforme oscuro y su camisa azul que le quedan como un guante; pero no como un guante cualquiera, sino como un guante de seda (de seda de la buena).
-Podría ser -dice Franco, al cabo-. Que lo lea ese locutor, Fernández de Córdoba. Ahora, juguemos al mus. Pacón, haz preparar la mesa. Que venga Carmencita, tenemos que ensayar antes las palabras a los niños alemanes.
-Sí, Paco. Osea, mi general.
-Bueno -murmura Franco entre dientes cuando nadie le oye, salvo la Historia de España que ya le dedicó un artículo tiempo atrás en este mismo blog-, bueno bueno, qué duro es gobernar.