Bueno, estoy de vuelta. Tras el receso vacacional, aquí estamos de nuevo, dándole a la tecla. Nuevas ideas y proyectos se funden con los viejos.
Hay cosas que no cambian: la crisis, la política, el sol por las mañanas... Pero en vacaciones la luz es distinta. Pasé las semanas de descanso en tierras norteñas, entre Galicia y Asturias, siguiendo la senda de los reyes asturianos de los siglos VIII y IX. Entre las costas neblinosas de Coruña, las hermosas torres románicas de la catedral de Compostela y los muros romanos de Lugo, hasta la vega de Santianes de Pravia, donde se funden el Nalón y el Narcea, bajo los pequeños arcos prerrománicos de la iglesia palatina de Santianes, allí donde la reina Adosinda (nieta de Pelayo) y el rey Silo fundaron la segunda capital del reino asturiano. Sería su sobrino, el rey Alfonso II "el casto" quien actuaría de primer peregrino a la tumba del apóstol Santiago Matamoros. No importa que Santiago jamás pisase España y que dicha tumba sea, con alguna probabilidad, la del obispo hereje Prisciliano. No importa. Dentro de la catedral el sol brillante de la mañana se cuela apenas por las vidrieras, envolviendo la nave central en un aura tenue de espiritualidad intemporal. Los pilares firmes, la tracería gris. Varias personas oran en los bancos, en silencio. Peregrinos en pie miran hacia arriba, como buscando el porqué de los callos de sus pies. Algunos parecen encontrarlo en el aire tibio que se mueve sinuoso entre las columnas y las ensombrecidas naves laterales. En una esquina, silencioso, un escudo del rey Ramiro de Asturias. Me paro frente a él. 842-850, me digo. Santa María del Naranco, me digo. Los normandos, me digo. Yo allí, me digo. Ana deambula aquí y allá, mientras yo intento imbuirme del ambiente. Botafumeiro enorme y quieto, espectante. Ana se acerca a las espaldas del Santo, en medio abrazo. Yo voy detrás de ella, subo el peldaño, oteo el fondo del altar, y con la zurda le palmeo en el hombro.
Una ola rompe en la playa. Avilés está en silencio. Mis padres y mis hermanos duermen. Ana también duerme, lejos. Es tarde. Estoy solo, pensando. Vacaciones para pensar, no está mal.
¿Lo mejor de todo? Que no hay mucho que pensar, no rompecabezas. Sólo proyectos ilusionantes. El pasado ya no pesa tanto. El futuro está sobre nosotros, en cada paso que damos.
Mientras duermen, separados, yo miro por la ventana en silencio. Me gustaría protegerlos a todos, pienso. Fuera silba una brisa cantábrica que entreteje la luz de las estrellas.
No está mal, me digo en un susurro.
Y yo mismo añado: por fin.
La vega de los ríos Narcea y Nalón, Pravia, en las medianas luces de la tarde
en un día de finales de verano.
2 comentarios:
Muy bueno el relato Ruben.
Gracias hermanísima por responder :)
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