martes, 9 de diciembre de 2008

Mi abuelo

Estaba allí, de pie, observándome con una silenciosa sonrisa en sus labios finos. En los ojos castaños se reflejaba, en cambio, un indisimulado orgullo mientras yo deslizaba torpemente mis dedos sobre las teclas del piano. Al instante, las notas fluyeron para él sin que ellas, ni yo mismo, ni nadie, lo supiera; era un secreto pequeño y hermoso.
Podía ser, tal vez, la melodía de toda una vida. Tal vez, un pequeño gran homenaje hacia su figura. No era ésta imponente ni adusta, no era grande ni tampoco lo contrario. Era... ecuánime.
Su piel morena aún brilla en la memoria, al igual que aquella risa abierta y franca que pocas veces regalaba a casi nadie.

Estaba allí, años antes, de pie, mirándome mientras sonreía desde el corazón, quizá porque ni yo ni nadie nos fijábamos en él. Allí estaba, divirtiéndose en mi contemplación: yo trataba de imitarle con un carretillo y una azada hechos por sus manos, a escala de su niño; un niño de cabellos revueltos y mirada perdida que sólo pensaba en qué habría más allá del último pinar que se veía tras la valla de la finca.

Estaba allí, su cabello corto, rizado y azabache, brillando tenue bajo el sol de verano. Su camisa azul, y sus zapatos, finos.
Estaba allí, con su llavero de Maestro colgado del cinto, y sus gafas grandes y doradas. En un momento me volví a lo lejos y me saludó alzando la mano, y en ella su anillo jalde atrapó el reflejo del cielo apenas un instante.
Estaba allí, con su bocata de sardinas, apurando el último culín de sidra de la tarde. Luego, los faros del coche alumbraban un regreso al que ya no puedo volver.

Ahora, el mundo sucumbe a un continuo atardecer dentro de mis recuerdos.
Ese telón, que cayó hace tiempo.

Pero él estaba allí, aplaudiendo la función del colegio en fin de curso. Estaba allí, en la iglesia, y en la arena junto al mar, y en la cabalgata de reyes haciéndome imaginar un paisaje plagado de nieve y peligros.

Allí, solo, sentado en silencio mientras el día se consumía en el horizonte, estaba.
Así le veía, solo, sumido en sus pensamientos creyendo que yo no le miraba.

También su cara oculta estaba, su reverso amargo, pero hoy no se ensuciará el recuerdo. No hoy.
Apagándose. Consumiéndose.

Estaba allí, mucho después, su esencia vagando en algún lugar incierto para los Hombres. Estaba allí, el rostro plagado de ángulos oscuros, hundido sobre sí mismo con unos ojos que no verían más luz, y un estertor de muerte que me robó un pedazo de mí que jamás podré recuperar.
Unas manos me rescataron de allí, y otras me alejaron de aquel lugar maldito donde a veces sigo preso.

Luego, el sol al fin se puso.
Ya no estaba allí.

Pero mi Padre sí.
Él invocó su recuerdo, mientras pequeñas gotas iridiscentes de agua y sal se perdían en el viento bajo mis ojos.

Todo cambió, entonces.
Volvió a estar allí.
Estaban juntos sus dedos sobre sus labios; estaba su mano agarrada a mi brazo mientras caminaba. Estaban las historias contadas, decenas, valiosas. Estaban los recuerdos que me regaló, que eran suyos, y que yo, ahora, guardo en mi propia memoria como el mayor de los tesoros.
Pero siento que dejó algo inconcluso, y que, sin decírmelo, me encomendó terminarlo por él.
Siento que la antorcha cada vez está más cerca. Una parte de mí teme que ese calor me abrase. Y otra, en cambio, ansía ese fuego.

Estaba allí, de pie, observándole en silencio. Despacio, me acerco a él. Le toco en la espalda. Se vuelve, le abrazo. Tres besos: uno por mejilla y uno en la frente. Lejos oigo voces que parecen susurros de la propia brisa, apenas confidencias del viento.
"-Estabas allí", le digo. "Caminando con el paraguas colgado del brazo, perdido entre los árboles del parque. Yo corrí hacia ti, pero no pude alcanzarte", le digo. "Perdóname".
Entonces él sonrió como sólo hacía aquellas pocas veces.

El sol se puso. El suspiro, se apagó.
Desperté de mi sueño y estaba solo, en mi cama. Al levantarme, con el corazón repiqueteando furioso en el pecho y un nudo atenazándome la garganta... noté un extraño calor en mi rostro.
Era el inconfundible calor de una antorcha.

Para ti, Mamá.
Gracias, Papá.
(Para todos los demás: perdonadme)

5 comentarios:

Miss Perseidas en continuo desvarío dijo...

Es precioso. :-)

Yo sólo tuve una abuela, María, y la otra, Asun, la perdí cuando tenía 7 meses, un stop ignorado, se la llevó para siempre, y me privó de tenerla conmigo. Ay otro gallo hubiera cantado, de haber estado con nosotros! Luego, mis abuelos varones, Ricardo y Joaquín, se fueron mucho antes de que yo llegara. Y María, mi abuelica, la única que conocí, ya hace 20 años que nos dejó, pero la recuerdo cantando, recitando poemas de cosecha propia, riéndo, llorando.. Hay pocas cosas que envidie en esta vida, una, la que más, es no haber tenido abuelos, no heberlos tenido a ellos cerca, "malcriándome".

Hay gente que no siente "eso", es indescriptible, extrasensorial, las sensación de tener a alguien, ya desaparecido, tan cerca.

Es un bello homenaje, a tu abuelo, a tu padre y a tu madre. Eres un chico muy sensible, eso me gusta. ;-)

Anónimo dijo...

Yo tengo la suerte de tener un abuelo igual que el de Ru que tiene 95 años y el jodío va a durar mas que un martillo hechado en aceite.Cuando no tiene que bajar a la calle(vive en un 4ºsin ascensor)me dice hija,ahora vengo que como hoy no he salido a la calle voy a bajar y subir las escaleras.Todavía recuerdo de pequeña cuando me iba a dormir y tenía frío mi abuela me decía vente aquí con nosotros y yo metía mis piernecillas entre las de mi abuela que eran como 20 de las mías mi abuelo me echaba el brazo por encima y me podía tirar allí una semana.Me causa admiración verle terminar de comer,recoger su mesa y ponerse a fregar los cacharros,barrer las miguitas del mantel,todo para ahorrarle a mi abuela trabajo.También me acuerdo de verle en su parcela con ochentaipocos años cabando la tierra para que no hubiera ni un yerbajo en los 500 metros que tenía.Yo adoro a mi abuelo y creo que es una suerte porque los niños de ahora no quieren así a sus abuelos,son mas interesados!!si no me compras chuches no me voy contigo!! yo estaba deseando que mi abuelo se moviese para ir detrás de él.La mitad de lo que soy se lo debo a el y esto que estoy escribiendo se lo dedico con unos lagrimones cayendome que como pase el Notario por delante va a pensar que estoy loca.Bueno,lo dejo ya porque yo si me pongo a hablar de mi abuelo podría escribir El Quijote.Besos.Arwen.

Miss Perseidas en continuo desvarío dijo...

Pues me alegro mucho por tí, Arwen, y por todos aquellos que saben, y han podido disfrutar de ese maravilloso regalo.

RASC dijo...

ARWEN: tus lágrimas son el mejor regalo que nadie podría hacer a este artículo... te lo digo desde el corazón :) ¡¡Cuida y disfruta mucho de tu abuelo!! :)

PERSE: Gracias por tus palabras finales :) Quiero ahondar un poquito en lo que dices: tienes mucha razón cuando dices que mucha gente no siente "eso" tan extrasensorial... a mi me ha pasado muchas veces, incluso con personas muy allegadas a mi, de gran confianza: no me veia capaz, por mucho que hablase, no era capaz de explicar esa sensacion de pérdida irremediable, de ese binomio "abuelo-nieto" que no siempre funciona.
La pérdida de ese binomio es lo que te arranca un pedazo de ti mismo, y la falta de su disfrute es lo que lleva a esa cierta "incomprensión".

Pero tampoco nos enterremos en la nostalgia, y disfrutemos de los grandes recuerdos :)

Anónimo dijo...

Rubenn(sin acento)muy bonito lo que has puesto. Yo me acuerdo mucho de Tato; cuando me llevaba a ver a un Rey Mago a Almacenspy (no se como se escribe) o algo asi creo que se llamaba,o cuando me sentaba en su cuello porque le tenía miedo a Miki. Y cuando venía los domingos a traernos la paga... En fín muchos recuerdos. A mí no me gusta mucho hablar sobre estos temas porque enseguida me pongo a llorar porque me da pena, pero ojalá Tato estuviera con nosotros para que pudiéramos seguir disfrutando de él. Me hubiera gustado que hubiera conocido a Diego, pero así es la vida, unos se van y otros vienen.