(Recuerdos de Asturias)
En ocaciones, el tiempo demuestra que estabas equivocado; y en otras ocasiones, ese mismo tiempo imparcial e inexorable, demuestra que sí que la tenías. Pues bien, hace muy poco sucedió esto último, pues las premisas contenidas en el artículo "Amigos de Prestado" volvieron a cumplirse: el núcleo duro volvió a reunir sus mesnadas y no contentos con eso, realizamos una dominguera excursión por esa tierra de niebla y hierba fresca que se llama Asturias.
¡Ay, mi Asturias del alma! Cuánto te extrañamos, los que estamos fuera, más allá del último relumbre del último cordal de la Cordillera que te une y separa de la vieja Castilla. ¡Ay, mi Asturias, que entre unos y otros llevan siglos maltratándote como a una Cenicienta cualquiera! Pero tú no tienes calabaza para convertirse en carroza, Asturias: tú aguantas y aguantas, tanto la furia del mar como la lluvia que cala hasta el tuétano; tanto el gélido nordeste como la nieve posada sobre el corazón de tu entraña.
¡Ay, mi Asturias! Eres víctima de unos políticos malsanos, vetustos, unos políticos políticamente acabados, que no hacen sino arrojarte tierra encima desde hace años. Un centro focalizado en el poder de Oviedo y en las inversiones y detalles que se lleva Gijón, cuna de tu Presidente, como en los mejores tiempos del caciquismo. ¡Qué contentos estarían Cánovas y Sagasta, viendo que su obra perdura indeleble en aquella tierra bendita!
Pero ojo, yo no quiero un Don Pelayo, no quiero un salvapatrias, aunque tu Presidente sea presa en tres tramos de idiotez, de la Federacion Socialista Asturiana y de su propia caducidad como político, y a su vez, la FSA sea presa de la idiotez entera.
¡Ay, mi Asturias! Que ni fuiste cuna de España ni nada que se le parezca, pero en cambio has sido cuna de nuestro sudor, nuestros ancestros, y nuestros sueños por verte liberada y en paz, y eso, en confidencia, vale mucho más que cualquier patria.
Volví a sentirte hace poco, mi Asturias, recorriendo tus arterias más profundas. Protegido por el calor del núcleo duro, y tras llegar a mis diez minutos tarde de rigor, para mayor gloria y honra de Luis, nos embarcamos en un pequeño viaje a través de tu piel de valle y montaña, de viento frío que corta el aliento y de mirada perdida tras el cristal con un café humeante en las manos.
Desde Avilés partimos dirección Belmonte de Miranda, parando primero en Cornellana y su barroco monasterio del siglo XVII. Tras el matutino café de rigor, y los pertinentes asemeyos (fotografías), proseguimos viaje por tus caminos sinuosos, tus repechos repentinos, tus curvas revoltosas, el río Nalón regando a nuestra siniestra la ribera del camino, llegando a Belmonte: un pueblo abigarrado enmarcado en la indisoluble belleza del valle de Somiedo. Allí, tras haber contemplado la faraónica obra de un tal Mijares, ingeniero, buscamos el placer del paseo previo al yantar, dedicándonos luego a él con fruición: degustamos jabalí como si nosotros mismos hubiéramos dado caza a tan temida bestia boscosa. Las mesas de madera, las ventanas abiertas al valle mientras el humo escapaba gris de las chimeneas del pueblo, dotaron de un sabor especial, único, a toda la maravillosa velada.
Para relajar nuestros estómagos dedicamos un buen rato a pasear junto al cauce del río Pigüeña, adentrándonos en el corazón del pueblo casi hasta la raíz misma de la montaña. Mientras tanto, tú, mi Asturias querida, te ibas enfriando soplando sobre nuestras cabezas ese aliento tan sinceramente frío que hasta las pupilas tiemblan bajo su poder.
Con las últimas luces del día, mientras en el cielo eran todo desgarros de ocre y ámbar, y las nubes se estiraban por encima del cordal sobre el valle del río Narcea, detuvimos en su cumbre los coches para admirar una vez tu increíble belleza. Al fondo, serpeando como una cinta de plata sobre una serpiente gigantesca, el estirado embalse de Calabozos ofrecía un magnífico retrato de lo que tú eres: hermosura sin límite, grandiosidad sin ostentación, callada belleza dentro de un mundo que apaga su luz mientras tú pareces meditar en silencio.
Todo enmudece, incluso en la cima del cordal. Por un momento me alejo de todos y miro hacia el valle, yo solo (gracias Luis, por esa foto traidora): tú y yo nos miramos, frente a frente aunque mis ojos nunca puedan abarcarte del todo. Entonces me sincero contigo, mi Asturias del alma, y te confieso cuánto te echo de menos y cuánto necesito saber que, con los años, pervivirás así, sólo cambiando en lo imprescindible.
Casi al abrigo de la noche arrivamos a Tuña, realizando parada en la cafetería del hotel obra de nuevo de un tal ingeniero Mijares. Ahora los rostros son más serios, los ojos quizá cansados de tanta belleza, con esa agradable sensación de estar entre personas a las que quieres y a las que no hace falta decir nada, cuando no salen las palabras.
Sobre el puente romano afloran los recuerdos de este historiador, rematándolo el homenaje a Rafael del Riego, foto incluída con Manu señalando, ambos, la bandera republicana que encintaba la corona de flores puesta bajo el pedestal del general antuñano.
Tras los abrazos de despedida, de vuelta a casa, me sumo en mis pensamientos solitarios y apenas digo nada, si es que algo llegué a decir. Es como besar a tu amada y dejarla marchar una y otra vez.
Sigues en manos de botarates arrastrados, empeñados en ennegrecerte el corazón y en despoblar tus alas. Pero ahí sigues, pues tu espíritu se alimenta de los ojos que te miran con respeto, admiración y orgullo.
Asturias, cuánta alcordanza.