lunes, 15 de diciembre de 2008

Alcordanza d'Asturies

(Recuerdos de Asturias)

En ocaciones, el tiempo demuestra que estabas equivocado; y en otras ocasiones, ese mismo tiempo imparcial e inexorable, demuestra que sí que la tenías. Pues bien, hace muy poco sucedió esto último, pues las premisas contenidas en el artículo "Amigos de Prestado" volvieron a cumplirse: el núcleo duro volvió a reunir sus mesnadas y no contentos con eso, realizamos una dominguera excursión por esa tierra de niebla y hierba fresca que se llama Asturias.
¡Ay, mi Asturias del alma! Cuánto te extrañamos, los que estamos fuera, más allá del último relumbre del último cordal de la Cordillera que te une y separa de la vieja Castilla. ¡Ay, mi Asturias, que entre unos y otros llevan siglos maltratándote como a una Cenicienta cualquiera! Pero tú no tienes calabaza para convertirse en carroza, Asturias: tú aguantas y aguantas, tanto la furia del mar como la lluvia que cala hasta el tuétano; tanto el gélido nordeste como la nieve posada sobre el corazón de tu entraña.
¡Ay, mi Asturias! Eres víctima de unos políticos malsanos, vetustos, unos políticos políticamente acabados, que no hacen sino arrojarte tierra encima desde hace años. Un centro focalizado en el poder de Oviedo y en las inversiones y detalles que se lleva Gijón, cuna de tu Presidente, como en los mejores tiempos del caciquismo. ¡Qué contentos estarían Cánovas y Sagasta, viendo que su obra perdura indeleble en aquella tierra bendita!
Pero ojo, yo no quiero un Don Pelayo, no quiero un salvapatrias, aunque tu Presidente sea presa en tres tramos de idiotez, de la Federacion Socialista Asturiana y de su propia caducidad como político, y a su vez, la FSA sea presa de la idiotez entera.
¡Ay, mi Asturias! Que ni fuiste cuna de España ni nada que se le parezca, pero en cambio has sido cuna de nuestro sudor, nuestros ancestros, y nuestros sueños por verte liberada y en paz, y eso, en confidencia, vale mucho más que cualquier patria.
Volví a sentirte hace poco, mi Asturias, recorriendo tus arterias más profundas. Protegido por el calor del núcleo duro, y tras llegar a mis diez minutos tarde de rigor, para mayor gloria y honra de Luis, nos embarcamos en un pequeño viaje a través de tu piel de valle y montaña, de viento frío que corta el aliento y de mirada perdida tras el cristal con un café humeante en las manos.

Desde Avilés partimos dirección Belmonte de Miranda, parando primero en Cornellana y su barroco monasterio del siglo XVII. Tras el matutino café de rigor, y los pertinentes asemeyos (fotografías), proseguimos viaje por tus caminos sinuosos, tus repechos repentinos, tus curvas revoltosas, el río Nalón regando a nuestra siniestra la ribera del camino, llegando a Belmonte: un pueblo abigarrado enmarcado en la indisoluble belleza del valle de Somiedo. Allí, tras haber contemplado la faraónica obra de un tal Mijares, ingeniero, buscamos el placer del paseo previo al yantar, dedicándonos luego a él con fruición: degustamos jabalí como si nosotros mismos hubiéramos dado caza a tan temida bestia boscosa. Las mesas de madera, las ventanas abiertas al valle mientras el humo escapaba gris de las chimeneas del pueblo, dotaron de un sabor especial, único, a toda la maravillosa velada.

Para relajar nuestros estómagos dedicamos un buen rato a pasear junto al cauce del río Pigüeña, adentrándonos en el corazón del pueblo casi hasta la raíz misma de la montaña. Mientras tanto, tú, mi Asturias querida, te ibas enfriando soplando sobre nuestras cabezas ese aliento tan sinceramente frío que hasta las pupilas tiemblan bajo su poder.
Con las últimas luces del día, mientras en el cielo eran todo desgarros de ocre y ámbar, y las nubes se estiraban por encima del cordal sobre el valle del río Narcea, detuvimos en su cumbre los coches para admirar una vez tu increíble belleza. Al fondo, serpeando como una cinta de plata sobre una serpiente gigantesca, el estirado embalse de Calabozos ofrecía un magnífico retrato de lo que tú eres: hermosura sin límite, grandiosidad sin ostentación, callada belleza dentro de un mundo que apaga su luz mientras tú pareces meditar en silencio.

Todo enmudece, incluso en la cima del cordal. Por un momento me alejo de todos y miro hacia el valle, yo solo (gracias Luis, por esa foto traidora): tú y yo nos miramos, frente a frente aunque mis ojos nunca puedan abarcarte del todo. Entonces me sincero contigo, mi Asturias del alma, y te confieso cuánto te echo de menos y cuánto necesito saber que, con los años, pervivirás así, sólo cambiando en lo imprescindible.

Casi al abrigo de la noche arrivamos a Tuña, realizando parada en la cafetería del hotel obra de nuevo de un tal ingeniero Mijares. Ahora los rostros son más serios, los ojos quizá cansados de tanta belleza, con esa agradable sensación de estar entre personas a las que quieres y a las que no hace falta decir nada, cuando no salen las palabras.



Sobre el puente romano afloran los recuerdos de este historiador, rematándolo el homenaje a Rafael del Riego, foto incluída con Manu señalando, ambos, la bandera republicana que encintaba la corona de flores puesta bajo el pedestal del general antuñano.
Tras los abrazos de despedida, de vuelta a casa, me sumo en mis pensamientos solitarios y apenas digo nada, si es que algo llegué a decir. Es como besar a tu amada y dejarla marchar una y otra vez.
Sigues en manos de botarates arrastrados, empeñados en ennegrecerte el corazón y en despoblar tus alas. Pero ahí sigues, pues tu espíritu se alimenta de los ojos que te miran con respeto, admiración y orgullo.


Asturias, cuánta alcordanza.

martes, 9 de diciembre de 2008

Mi abuelo

Estaba allí, de pie, observándome con una silenciosa sonrisa en sus labios finos. En los ojos castaños se reflejaba, en cambio, un indisimulado orgullo mientras yo deslizaba torpemente mis dedos sobre las teclas del piano. Al instante, las notas fluyeron para él sin que ellas, ni yo mismo, ni nadie, lo supiera; era un secreto pequeño y hermoso.
Podía ser, tal vez, la melodía de toda una vida. Tal vez, un pequeño gran homenaje hacia su figura. No era ésta imponente ni adusta, no era grande ni tampoco lo contrario. Era... ecuánime.
Su piel morena aún brilla en la memoria, al igual que aquella risa abierta y franca que pocas veces regalaba a casi nadie.

Estaba allí, años antes, de pie, mirándome mientras sonreía desde el corazón, quizá porque ni yo ni nadie nos fijábamos en él. Allí estaba, divirtiéndose en mi contemplación: yo trataba de imitarle con un carretillo y una azada hechos por sus manos, a escala de su niño; un niño de cabellos revueltos y mirada perdida que sólo pensaba en qué habría más allá del último pinar que se veía tras la valla de la finca.

Estaba allí, su cabello corto, rizado y azabache, brillando tenue bajo el sol de verano. Su camisa azul, y sus zapatos, finos.
Estaba allí, con su llavero de Maestro colgado del cinto, y sus gafas grandes y doradas. En un momento me volví a lo lejos y me saludó alzando la mano, y en ella su anillo jalde atrapó el reflejo del cielo apenas un instante.
Estaba allí, con su bocata de sardinas, apurando el último culín de sidra de la tarde. Luego, los faros del coche alumbraban un regreso al que ya no puedo volver.

Ahora, el mundo sucumbe a un continuo atardecer dentro de mis recuerdos.
Ese telón, que cayó hace tiempo.

Pero él estaba allí, aplaudiendo la función del colegio en fin de curso. Estaba allí, en la iglesia, y en la arena junto al mar, y en la cabalgata de reyes haciéndome imaginar un paisaje plagado de nieve y peligros.

Allí, solo, sentado en silencio mientras el día se consumía en el horizonte, estaba.
Así le veía, solo, sumido en sus pensamientos creyendo que yo no le miraba.

También su cara oculta estaba, su reverso amargo, pero hoy no se ensuciará el recuerdo. No hoy.
Apagándose. Consumiéndose.

Estaba allí, mucho después, su esencia vagando en algún lugar incierto para los Hombres. Estaba allí, el rostro plagado de ángulos oscuros, hundido sobre sí mismo con unos ojos que no verían más luz, y un estertor de muerte que me robó un pedazo de mí que jamás podré recuperar.
Unas manos me rescataron de allí, y otras me alejaron de aquel lugar maldito donde a veces sigo preso.

Luego, el sol al fin se puso.
Ya no estaba allí.

Pero mi Padre sí.
Él invocó su recuerdo, mientras pequeñas gotas iridiscentes de agua y sal se perdían en el viento bajo mis ojos.

Todo cambió, entonces.
Volvió a estar allí.
Estaban juntos sus dedos sobre sus labios; estaba su mano agarrada a mi brazo mientras caminaba. Estaban las historias contadas, decenas, valiosas. Estaban los recuerdos que me regaló, que eran suyos, y que yo, ahora, guardo en mi propia memoria como el mayor de los tesoros.
Pero siento que dejó algo inconcluso, y que, sin decírmelo, me encomendó terminarlo por él.
Siento que la antorcha cada vez está más cerca. Una parte de mí teme que ese calor me abrase. Y otra, en cambio, ansía ese fuego.

Estaba allí, de pie, observándole en silencio. Despacio, me acerco a él. Le toco en la espalda. Se vuelve, le abrazo. Tres besos: uno por mejilla y uno en la frente. Lejos oigo voces que parecen susurros de la propia brisa, apenas confidencias del viento.
"-Estabas allí", le digo. "Caminando con el paraguas colgado del brazo, perdido entre los árboles del parque. Yo corrí hacia ti, pero no pude alcanzarte", le digo. "Perdóname".
Entonces él sonrió como sólo hacía aquellas pocas veces.

El sol se puso. El suspiro, se apagó.
Desperté de mi sueño y estaba solo, en mi cama. Al levantarme, con el corazón repiqueteando furioso en el pecho y un nudo atenazándome la garganta... noté un extraño calor en mi rostro.
Era el inconfundible calor de una antorcha.

Para ti, Mamá.
Gracias, Papá.
(Para todos los demás: perdonadme)

lunes, 1 de diciembre de 2008

Fabada y Nacionalismo

Entre la niebla del tiempo

Vamos allá.
Me encontraba yo en plena disquisición con los vales de descuento del DIA, cuando una idea que me llevaba rumiando muchos días, saltó a la palestra y domeñó mi psiqué.
Se trata del Nacionalismo.
Debo confesar que en mis años mozos, este fulano fue nacionalista. Primero español, y luego asturiano. Hasta que la Filosofía, la Experiencia, la Historia, los Viajes, los Libros y mis Padres me abrieron los ojos, agarrándome por la solapa y rescatándome de la Caverna platónica.
Así que desde hace ya bastantes años, este fulano es un anti-nacionalista convencido. Y bueno, por qué no hacer un artículo sobre el tema, me dije mientras preparaba la fabada para los próximos tres días (mis compañeros de la Notaría sufrirán las consecuencias, jeje). Además, fabada y nacionalismo van al hilo del tema, puesto que también me propongo hablar de Asturias.
Todo viene, de manera postrera, de una conversación que mantuve hace poco con una persona con la que, siempre que hablo, me deja pensando en varias cosas durante los días subsiguientes.
Comienzo, y quiero hacer constar que esta es mi opinión, si bien, como historiador, trato de aspirar a algo más que una mera opinión, puesto que opinar puede hacerlo el vecino del 5º, el Notario, el de la tienda del pan, el ingeniero de caminos canales y puertos y también puede opinar el Duque.
Por lo tanto, quisiera apuntalar mis palabras con datos ciertos, objetivos, sin caer en la pesadez ni en la extensión excesiva del artículo, pero al mismo tiempo tratar de realizar afirmaciones en base no a mi mera opinión, sino al calor de los datos ofrecidos.
Bien. La cuestión es poliédrica, y muchos de esos edros se quedarán en el tintero, porque esto es un blog, no un púlpito. Lo que no tengo miedo es a decir las cosas como creo que son, aunque puedan entrar en contradicción con lo normalmente aceptado. Por ejemplo, quiero decir que el Nacionalismo es un invento político de la burguesía europea de finales del siglo XVIII, el siglo XIX y apuntalado en el siglo XX.
Primero, ocurrieron los nacionalismos que dotaron de contenido "ideológico" a la formación estructural de los Estados, que pasaron a llamarse "Estados Nacionales". Es como cubrir una carcasa con una tela: carcasa es Estado y tela el Nacionalismo. Luego a la tela la pintamos y la llamamos bandera, y mientras la vamos pintando, cantamos, y a eso lo llamamos himno, y todos pintamos y cantamos de manera parecida asi que pintamos y cantamos "a la española", y así etc etc etc.
Para que los Hombres, en honor a Voltaire, Rousseau, Montesquieu, etc etc... se organicen socialmente, y funcionen como grupo, no es necesario el nacionalismo. Existen características de grupo, perspectivas emic (interna) y etic (externa), formas de organización grupal primigenia que se dan en las agrupaciones humanas desde los tiempos del Paleolítico Medio. Pues bien, durante 100.000 años hasta el siglo XIX, los Humanos funcionaron en grupo sin el nacionalismo.
¿Por qué surgió, pues?
Insisto: la Burguesía. Grupos emergentes económicamente que trataron de defender políticamente sus intereses económicos. Sí, esto puede ser un coñazo, pero bajo mi punto de vista es la pura verdad, cristalina, despojada de ideología.
Y hablando de ideología: una persona que se crea "progresista" o, genéricamente, de "izquierda", sospecharía yo de ella si al mismo tiempo se declarase nacionalista. Una persona progresista cree efectivamente en el Progreso, pero de Toda la Humanidad, no de 1º el progreso de esta parte que casualmente es la mía, y luego la de los demás, si acaso. El progresismo debe ser internacionalista, caramba.
Pero sigamos con los burgueses. Es en esta coyuntura, como pasó en España a finales del XIX y principios del XX, cuando surge el nacionalismo periférico, claro ejemplo de origen burgués del pensamiento y la acción nacionalista: las clases burguesas catalanas y vascas, casualmente provenientes de dos de las zonas más desarrolladas económicamente (industrialmente) del país, son las primeras en formar partidos nacionalistas. ¿Por qué? Pues es bien sencillo de entender: los gobiernos que se iban sucediendo en Madrid eran lamentables, salvo alguna pequeña excepción como Canalejas. El caso es que desde luego no defendían los intereses de esas burguesías emergentes, pues el Estado estaba, en un 90%, atrasado secularmente (de siglos) e inmerso en unas formas de subsistencia (no hay otra palabra) agrícola. Además, el nacionalismo español era tosco, rancio, anclado en unos mitos nacionales en los que casi nadie creía ni quería ni tenía intención alguna de creer. Los factores de nacionalización o eran vetustos, o estaban atrasados, o eran vistos como medidas represaras (la escuela, el ejército...).
Entonces dijeron los catalanes y vascos: "Esta es la nuestra tú, Pachi, la hostia escolti tú".
¿Y qué hicieron, los fulanos?
Fundaron partidos políticos. Revistieron a sus movimientos de ideas "nacionales", de "mitos históricos". Y ya se sabe que un mito puede manipularse hasta extremos obscenos. Total, el mito no va a quejarse, que para eso es un mito. Por tanto, se atribuyen concepciones políticas modernas a ideas y maneras de pensar feudovasalláticas (caso de los Condados Catalanes como germen de Cataluña independiente o autónoma, que tienes narices).
Esto en sí mismo, es muy divertido. Es como inventar un cuento. El problema, es cuando la gente se lo cree, y nada en esa "niebla del tiempo" que propone el nacionalismo.
Pero aquí hay otra cuestión clave: esta persona a la que antes hice velada referencia, me manifestó, al calor de este debate, que el nacionalismo no tiene por qué ser malo en su esencia. Simplemente se trataría de recuperar unas tradiciones, de velar por tu tierra, por los tuyos, de considerar su cultura como algo rico y hermoso que debe conservarse, etc. Luego, me conminó, vendría el emponzoñamiento político, y ahí entraríamos en el terreno de lo desdeñable.

¡Pues bien! Yo manifiesto, desde esta tribuna libre, lo mismo que repliqué en persona hace poco: pienso que el nacionalismo es malo en su esencia. Es perverso, es maniqueo (ellos y nosotros), es falso de la misma manera que la realidad no debe arruinarte un buen titular, es maligno en su concepción intrínseca, pues germinó, como antes dije, para dar salida a unas aspiraciones económico-políticas de una clase social claramente delimitada. Luego, esa burguesía accedió poco a poco a los instrumentos de gobierno del Estado, con lo que el nacionalismo fue difundido por tierra, mar y aire. Y por eso cantamos la marsellesa, señores.

Como juego, los símbolos y mitos nacionales me divierten. De hecho, los respeto como respeto la conciencia de grupo, el sentirse protegido en la manada. Pero ninguna bandera representa a un solo Hombre o Mujer. Algo tan complejo, tan bello, tan retorcido a veces, tan cambiante, tan... todo... como es el Ser Humano y sus pensamientos, no pueden recogerse en una bandera.

¿No se puede sentir apego a tus raíces, entonces, y según este razonamiento? Esa sería quizá la siguiente pregunta, y aquí es donde entra en liza Asturias.
Y la respuesta es: ¡Claro que se puede!
Este fulano reside en Madrid, donde por cierto ha nevado esta mañana intermitentemente. Pues bien, en Asturias paso desapercibido, de hecho soy muy muy crítico con esa Comunidad Autónoma. En cambio, es pasar el túnel del Negrón y mirar hacia atrás: la última luz de la tarde se funde con la falda de las montañas, y las últimas nubes adquieren un tono ocre y ambarino. La niebla se levanta en poniente, y las nieves perpetuas reverberan bajo la bóveda de azul y plata. Parece que un Mundo entero queda detrás de mi, perdido más allá de cualquier camino. Este fulano ha llegado a llorar tras el cristal del autobús, mirando perderse ese paisaje en la lejanía, pero no por nacionalismo, ni por no poder escuchar la gaita asturiana hasta dentro de un mes.
No.
Es porque tras esas montañas se queda un pedazo de mi. De mi mundo particular. Es porque tras esas montañas, yo puedo salir de mañana y aspirar un aire diferente, un aire frío y límpido, pero cargado de recuerdos. Es porque tras esas montañas y bajo esa lluvia pertinaz que nos cala con frecuencia, se refugian mis ancestros, su memoria que también es la mía. Es porque allá lejos, donde el frío cala en los huesos y la lluvia entama la nuesa alma, están los que yo quise y los que yo quiero. Está mi reino.
Y porque tras esos últimos relumbres del día, mientras yo me alejo, se queda el par de ojos más sincero que yo haya visto nunca, el par de ojos que me lo dice todo sin hablar, el par de ojos que refleja el alma más inocente de la tierra; los dos iris azulados que cuando me miran, me lo dicen todo sin hablar. El par de ojos más hermoso que la fuente la Nalona, que el Escañorio, que Muniellos en otoño, que la finca de mi abuelo en un atardecer de primavera, que la sonrisa de mi abuela, que el horizonte del mundo en la playa de San Lorenzo, que la abigarraga historia de la plaza de la Catedral con la sombra de Alfonso II; más bellos esos ojos que cualquier recuerdo de Avilés, de sus calles estrechas, de sus soportales, de sus luces amarillas en invierno, que su hojarasca del parque en un tamiz pardo de comienzos del estío. Más hermosos que cualquier poema en bable, xunto a la mar na ribera nel molín del puertu.

Esos ojos que se clavan en mi alma aunque ellos no lo sepan. Esos ojos que me hacen sentir un traidor cada vez que me voy y mientras bajo la escalera las lágrimas ganan a los peldaños. Esos ojos por los que yo daría la vida.

De manera que, ¿cómo no va a poder sentirse apego a la tierra, sin ser nacionalista? ¡El nacionalismo es un maldito invento político! Lo otro, es puro, porque nace del corazón. ¿Cómo no hablar con mimo de Asturias estando en Madrid, si un pedazo de mí, sigue allí?
Así que, con permiso, pero donde estén los ojos de Diego, que se aparte Don Pelayo.

SI NAMÁS FUERA SOÑALO.

¿Hay futuru na esperanza
de lo que nun tien más
que una migaya presente
y un universu de pasau...?
Acolumbro dende la ventana el ñerbatu que me glaya n´alborada
Y un respingú m´estremez la roxez los mios papos. Nun ye´l cutu
¿Sedra´l mieu? ¿Sedrá lo lloñe que siento la mar dende equí?
Solo queden pereos centenarios, como siempre, cargaos del frutu.
Nun yera la ambrosía mítica y nunca terminaron de gustame.
Pero si que prestábame quedar ehí sólo, na so sombra colgau
N´esi columpiu artesanu que nun tornará enxamás a buscame
Y que mos traxo tantes rises y engarrades con la mio hermana...
[...Hoy ta callau...]
Guey atopé daquelles coses que escribía con tiesta de guaje...
Pero agora nun hay voces nel Llugar, nin homes clabuñando.
Naguamos po los branos con tortielles nos praos d´herba seca
Y escaecemos aquelles tardís tiraos en Roballera suañando.

(C) Nicolás Alonso Rodríguez, historiador asturiano.
Este artículo va, modestamente, a la memoria de Tato.