'MIENTRAS DURE LA GUERRA' me convenció. También me persuadió. Salí del cine bastante 'unamuniano', compartiendo algunas reflexiones de don Miguel y detestando otras, como él mismo hizo toda la vida. Porque, ¿qué es ser 'unamuniano'? Echar una ojeada a varios hechos de su biografía ayuda a responder: tal y como le dice Salvador Vila en la película, "usted ha sido de todo, don Miguel", a lo que él responde "yo no he cambiado; habéis cambiado los demás". Unamuno puro.
El escritor, de la generación del 98, vivió con apenas 10 años el asedio de Bilbao por parte del ejército carlista en la Tercera Guerra ídem. Fue un intelectual agudo, cultísimo y tocacojones, mosca cojonera del poder circunstancial, y eso me gusta. Recordemos que Unamuno afirmó que el rey Alfonso XIII estaba rodeado de "trogloditas y gentuza", y que "se finge prisionero del directorio militar y se ríe de la patria, traidor a la Constitución y autor verdadero del golpe". No olvidemos que fue desterrado a Fuerteventura por la dictadura de Primo de Rivera. Y que, antes de eso, ganó un premio literario nacional que entregaba el propio rey Alfonso XIII. Sobre esto último, y tras las críticas al rey de don Miguel, había mucha expectación ante el asunto. Unamuno fue a recoger el premio de manos del propio rey, y se produjo (más o menos) esta conversación: "-Enhorabuena. -Gracias señor, me lo merezco. -Nadie me había nunca dicho algo parecido. -Porque nadie lo había merecido tanto como yo." Eso es ser unamuniano, creo. De Fuerteventura se fue a Francia, y de allí, en los estertores de la monarquía, regresó triunfalmente como un héroe a España, cruzando a Irún y siendo recibido entre vivas y banderas socialistas, hablando en favor de la libertad y contra cualquier tipo de dictadura (profético y curioso). Ese era don Miguel. Vaivenes. Bandazos. Genialidades. También miserias. Llegó como uno de los padres de la República, hasta el punto que fue elegido diputado y como tal fue recibido en el Parlamento con sus señorías puestos en pie y entre aplausos. Recordemos que en aquel parlamento estaban Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, entre otros. Hasta tal punto llegaba su aura, que intelectuales y escritores como Pedro Guillen, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Bergamín... pidieron que él fuese presidente de la República, aunque él se descartó. No olvidemos que el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas, dijo aquello de "unamuniemonos todos". Vaivenes, disonancias. El mismo Unamuno que se disculpaba con Azaña por carta, en 1918, por no poder impartir una conferencia en el Ateneo (cuando Azaña era su secretario) al tener que asistir en Valencia a la boda de uno de sus hijos... es el mismo (o no, quizá fuese otro distinto) que el 19 de julio de 1936, en Salamanca, escribió "¡Viva España, soldados! Ahora a por el faraón de El Pardo". El "faraón de El Pardo" era Azaña, y Unamuno, odiándole, pedía que los sublevados secuestrasen al presidente constitucional de la República. Muy unamuniano. Ahí arranca la (genial) película de Amenabar. Todo está cuidado y medido. No hay equidistancia alguna, como ciertas críticas señalaban. Lo que hay son personajes de verdad, no malos (curiosamente) de película. Y se cuenta algo inédito hasta ahora en el cine español, salvo quizás 'Dragon Rapide' (1986) y la insípida tv-movie 'La conspiración' (2012): el proceso por el que Franco acabó convertido en mando único del banco sublevado. La factura técnica es impecable: vestuario (Sonia Grande), maquillaje (increíbles Unamuno y Millán-Astray, y también Franco), fotografía (Álex Catalán, de 'La isla mínima')... La música, del propio Amenabar, yo no la haría así pero al menos cumple. El guión es muy cuidado, plagado de detalles y referencias que los adentrados en la materia podrán disfrutar. El asesoramiento histórico es muy elegante, y preciso (Julián Casanova, catedrático de Contemporánea de la universidad de Zaragoza, un máquina). El reparto brilla, pero sobre todos ellos, dos nombres: Eduard Fernández como Millán-Astray y, un peldañito por encima, Karra Elejalde como Unamuno. La factura técnica es de primer orden (ojo a las tropas de Marruecos cruzando el estrecho de Gibraltar en los Junker nazis, impagable escena). Salamanca es, en sí misma, un plató cinematográfico. Escenas impagables como las del himno y la bandera: primero confuso, luego agradable en la cuerda, y luego terrible como la marcha que es. Conseguir ese efecto es arte puro, como la escena (mítica y mística) del Paraninfo, mar donde conducen los ríos de la película. El guión no esconde las contradicciones, sino que bucea en ellas, las expone sin ambages. No podía ser de otra, tratándose de Miguel de Unamuno y Jugo, el que no hacía novelas sino nivolas. Su tragedia, la de darse cuenta del error demasiado tarde y aun así quedarse en tierra de nadie porque al otro lado también hay frío; quedarse aislado en una tercera España vacía y desamparada. Un don Miguel que toda la vida criticó a los "hunos" y los otros, teorizando sobre lo que habría de llegar en cada momento por bien de esa España que le dolía. Cuando llegó lo esperado, se asomó al abismo. Captar eso en un guión es difícil, y exponerlo con maestría, más. Enhorabuena. El bastón unamuniano se balancea a la espalda, sostenido por las manos de Karra Elejalde. Saltan astillas de la puerta. Repica el hierro de la verja. Se pone el sol sobre el puente a las afueras de Salamanca. Costumbre. Disparos en la lejanía. La duda, la tragedia silente. Es el ocaso.
El escritor, de la generación del 98, vivió con apenas 10 años el asedio de Bilbao por parte del ejército carlista en la Tercera Guerra ídem. Fue un intelectual agudo, cultísimo y tocacojones, mosca cojonera del poder circunstancial, y eso me gusta. Recordemos que Unamuno afirmó que el rey Alfonso XIII estaba rodeado de "trogloditas y gentuza", y que "se finge prisionero del directorio militar y se ríe de la patria, traidor a la Constitución y autor verdadero del golpe". No olvidemos que fue desterrado a Fuerteventura por la dictadura de Primo de Rivera. Y que, antes de eso, ganó un premio literario nacional que entregaba el propio rey Alfonso XIII. Sobre esto último, y tras las críticas al rey de don Miguel, había mucha expectación ante el asunto. Unamuno fue a recoger el premio de manos del propio rey, y se produjo (más o menos) esta conversación: "-Enhorabuena. -Gracias señor, me lo merezco. -Nadie me había nunca dicho algo parecido. -Porque nadie lo había merecido tanto como yo." Eso es ser unamuniano, creo. De Fuerteventura se fue a Francia, y de allí, en los estertores de la monarquía, regresó triunfalmente como un héroe a España, cruzando a Irún y siendo recibido entre vivas y banderas socialistas, hablando en favor de la libertad y contra cualquier tipo de dictadura (profético y curioso). Ese era don Miguel. Vaivenes. Bandazos. Genialidades. También miserias. Llegó como uno de los padres de la República, hasta el punto que fue elegido diputado y como tal fue recibido en el Parlamento con sus señorías puestos en pie y entre aplausos. Recordemos que en aquel parlamento estaban Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, entre otros. Hasta tal punto llegaba su aura, que intelectuales y escritores como Pedro Guillen, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Bergamín... pidieron que él fuese presidente de la República, aunque él se descartó. No olvidemos que el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas, dijo aquello de "unamuniemonos todos". Vaivenes, disonancias. El mismo Unamuno que se disculpaba con Azaña por carta, en 1918, por no poder impartir una conferencia en el Ateneo (cuando Azaña era su secretario) al tener que asistir en Valencia a la boda de uno de sus hijos... es el mismo (o no, quizá fuese otro distinto) que el 19 de julio de 1936, en Salamanca, escribió "¡Viva España, soldados! Ahora a por el faraón de El Pardo". El "faraón de El Pardo" era Azaña, y Unamuno, odiándole, pedía que los sublevados secuestrasen al presidente constitucional de la República. Muy unamuniano. Ahí arranca la (genial) película de Amenabar. Todo está cuidado y medido. No hay equidistancia alguna, como ciertas críticas señalaban. Lo que hay son personajes de verdad, no malos (curiosamente) de película. Y se cuenta algo inédito hasta ahora en el cine español, salvo quizás 'Dragon Rapide' (1986) y la insípida tv-movie 'La conspiración' (2012): el proceso por el que Franco acabó convertido en mando único del banco sublevado. La factura técnica es impecable: vestuario (Sonia Grande), maquillaje (increíbles Unamuno y Millán-Astray, y también Franco), fotografía (Álex Catalán, de 'La isla mínima')... La música, del propio Amenabar, yo no la haría así pero al menos cumple. El guión es muy cuidado, plagado de detalles y referencias que los adentrados en la materia podrán disfrutar. El asesoramiento histórico es muy elegante, y preciso (Julián Casanova, catedrático de Contemporánea de la universidad de Zaragoza, un máquina). El reparto brilla, pero sobre todos ellos, dos nombres: Eduard Fernández como Millán-Astray y, un peldañito por encima, Karra Elejalde como Unamuno. La factura técnica es de primer orden (ojo a las tropas de Marruecos cruzando el estrecho de Gibraltar en los Junker nazis, impagable escena). Salamanca es, en sí misma, un plató cinematográfico. Escenas impagables como las del himno y la bandera: primero confuso, luego agradable en la cuerda, y luego terrible como la marcha que es. Conseguir ese efecto es arte puro, como la escena (mítica y mística) del Paraninfo, mar donde conducen los ríos de la película. El guión no esconde las contradicciones, sino que bucea en ellas, las expone sin ambages. No podía ser de otra, tratándose de Miguel de Unamuno y Jugo, el que no hacía novelas sino nivolas. Su tragedia, la de darse cuenta del error demasiado tarde y aun así quedarse en tierra de nadie porque al otro lado también hay frío; quedarse aislado en una tercera España vacía y desamparada. Un don Miguel que toda la vida criticó a los "hunos" y los otros, teorizando sobre lo que habría de llegar en cada momento por bien de esa España que le dolía. Cuando llegó lo esperado, se asomó al abismo. Captar eso en un guión es difícil, y exponerlo con maestría, más. Enhorabuena. El bastón unamuniano se balancea a la espalda, sostenido por las manos de Karra Elejalde. Saltan astillas de la puerta. Repica el hierro de la verja. Se pone el sol sobre el puente a las afueras de Salamanca. Costumbre. Disparos en la lejanía. La duda, la tragedia silente. Es el ocaso.
P.D. Una película así para Azaña, por favor.
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