lunes, 24 de marzo de 2014

Suárez o la soledad del mito

Hablo desde mi generación (cuando yo nací, gobernaba UCD en la persona de Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo), vaya eso por delante. Bajo el almíbar catódico de estos últimos días, bajo las alabanzas adulatorias ("trajo la democracia a España"), bajo la propaganda ("él y el Rey dirigieron...")... bajo las conexiones en directo con los lugares emblemáticos de la vida de Suárez (incluida la tumba de su mujer), entrevistas a vecinos... bajo todo eso, hay algo más que los de mi generación, sin arrogarme ninguna representación más que la mía propia, podemos ver.
Y es que, no ya como historiador, sino como individuo pretendidamente crítico, no me creo lo de la Transición. O mejor dicho, sí me lo creo.
En una transición algo de la vieja forma cambia, pero no del todo. No fue una ruptura, o una transformación total. En efecto, se transitó desde lo viejo a algo nuevo que, indefectiblemente, debía llevar dentro algo de lo antiguo. 
Las antiguas sociedades justificaban su propia existencia y, de paso, tal o cual posición de privilegio, en base al hecho fundacional: el ángel alado que salva a Martín Peláez de los sarracenos en el castillo asturiano de Gauzón, la Virgen apareciéndose a Pelayo en la gruta de Covadonga, el haz de luz blanca que tira del caballo a Saulo de Tarso (después conocido por otro nombre: San Pablo), la zarza ardiente de Moisés, el ángel Gabriel susurrándole a Mahoma, el tributo de las Cien Doncellas (anualmente entregadas por el rey asturiano Mauregato a los musulmanes para dejaran en paz su reino), el apóstol Santiago en la batalla de Clavijo (que jamás existió, sólo fue propaganda adecuada para servir como excusa del pago anual de tributos a la diócesis de Santiago de Compostela), Vladimir Lenin dirigiendo a los bolcheviques en la toma del Palacio de Invierno (cuando en realidad no estaba allí), y etcétera.
Aquí, el mito es claro: el rey Juan Carlos ya cuando era príncipe, en una trascendental comida en casa Cándido de Segovia, por aquellos años 60, bajo la sombra milenaria del acueducto, engullendo cochinillo castellano, charló con un joven gobernador civil falangista llamado Adolfo Suárez González y, juntos, en una mitológica y venerable servilleta de bar, trazaron el plan maestro que conduciría los destinos de la patria hacia una democracia (democracia liberal y burguesa, occidental para entendernos; lo de burguesa no es peyorativo, sino definitorio cuando estudiamos en la facultad las revoluciones liberales del siglo XIX). Es más, ya el rey entonces príncipe tenía en la cabeza, por supuesto desde hacía años, las ideas maestras de una construcción democrática para España. 
Claro, claro.
Ese relato, aquí ultraresumido, repetido machaconamente durante años y años a través de todos los medios habidos y por haber (prensa, radio, cine, series de televisión, libros, revistas, entrevistas...), resultó el cimiento del gran mito. "Trajeron la democracia a España", como quien trae un chorizo o un bote de cristasol. "Suárez y el Rey", "el capitán y el timonel", "el motor del cambio"... Tampoco me paso al lado contrario para afirmar que no tuvieron papel alguno en el cambio político del país. 
Sin embargo...
¡Ah, es la juventud osada la que me hace pronunciar las palabras que a continuación voy a declamar! 
Algo tendrían que ver en el asunto, también, el movimiento obrero (¡horror! ¡los bolcheviques!), el movimiento estudiantil, la cantidad de huelgas y conflictos, los infiltrados de la oposición (partido opositor solamente había uno: el comunista, y posteriormente su sindicato Comisiones Obreras) en las magistraturas estatales (funcionariado, sindicatos verticales, cargos intermedios...), la presión internacional (EEUU diseñó el asunto español al final de la segunda guerra mundial, como se ha podido comprobar en la reciente desclasificación de documentos oficiales), los más de doscientos muertos en las protestas y altercados, la conflictividad laboral, la crisis económica de 1973 (en España la inflación creció al 25% en 1977), el aislamiento europeo, los cientos, miles de represaliados tras la guerra civil que aguantaron la tortura en la DGS (Puerta del Sol, donde las campanadas), el pelotón de fusilamiento, la delación, el qué dirán, el no te metas en líos... Y el españolito de a pié, no lo olvidemos nunca, el mayoritario, tú y yo, tus padres, los míos, los de aquél... Los españolitos de levantarse a las 7h y regresar a las 21h. Los de pagar las cosas a plazos. Los que durante años y años callaron y callaron porque había que vivir y aguantar y seguir aguantando. Millones y millones. 
Quizá, todos ellos, tuvieron algo que ver para crear un clima social y político que irremediablemente tenía que conducir a una salida más o menos homologable a lo que había en Europa, tanto política (Ley para la Reforma Política, 1976; Constitución, 1978) como económicamente (pactos de la Moncloa, 1977). 
ETA, los GRAPO, la extrema derecha (abogados de Atocha)... secuestros, muertes cada semana. La economía cada vez peor y peor conforme se alcanzaba 1980.
Y no sólo eso: Suárez firma los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos Sociales y Culturales (que entran en vigor el 27 de julio 1977 y hoy siguen vigentes y vinculantes), Suárez es reticente a entrar en la OTAN, Suárez continúa las relaciones con Cuba (visita a Fidel incluida) y las reabre con la URSS (el Demonio), Suárez viaja a Irak y se entrevista amigablemente con Sadam Hussein,  Suárez es equidistante con EEUU y la URSS cuando ésta invade Afganistán en 1979, Suárez se acerca al movimiento de Países No Alineados (Castro, Gadafi, Arafat...)...
Sólo queda por saber, no ya si "ETA cobra en dólares o en rublos", como el propio Suárez se preguntó al dejar el poder, sino la mesa de Washington en la que se dio el puñetazo seguido de un "¡Basta ya con ese Suárez!"
Entonces el Mito fundacional se disgrega, se parte, se divide en dos mitades de las cuales solamente Una podrá continuar para reforzar el poder del brujo de la tribu.
Tejero. 23F. Aquí va a llegar la imagen que tengo y con la que prefiero quedarme del presidente Suárez (y como yo, muchos de mi generación, seguro). Ahora vamos a ella. El mito Rey-Suárez se disgrega. La noche del 23F, con el ejecutivo y el legislativo (es lo que pasa cuando no separas los poderes) secuestrados por unos golpistas de mierda,  ni el rey Juan Carlos ni nadie del palacio de la Zarzuela llamó aquella madrugada a casa de Adolfo Suárez, ni a su mujer Amparo Illana. Nadie. Así lo confesó, amargamente el propio Suárez, al periodista Juan Carlos Escudier durante una campaña electoral del CDS, años después. El Mito debía pervivir y reforzar un sistema que parecía torcerse a poco de nacer. ¿Qué pinta ahí el general Armada, íntimo del Rey? Si fuese una obra de teatro, Armada sería el pérfido traidor. "El Rey se ganó la corona aquella noche"... ¿cuántas veces hemos oído esa frase? Es la conveniente refundación de un mito, del mito superviviente, el del rey Juan Carlos, que ha durado hasta ahora. 
¿Y la otra mitad del mito? 
La imagen llega al fin.
He estado varias veces en el Congreso. Es en realidad bastante pequeño. La tele lo agranda. Imagino el eco que tuvo que producirse, ensordecedor, cuando los guardias civiles disparaban al techo. Yo he visto los disparos en forma de negros agujeros en las decoradas techumbres del parlamento. No son orificios pequeños. Sentado, impertérrito, sereno. Suárez parecía esperar que uno de los guardias girase su metralleta y le disparase en el pecho. Una pequeña lucecita de dignidad, paradójica como no podía ser de otra manera en este país. Un falangista aguantando estoico como símbolo del legítimo poder secuestrado. 

Un mito abandonado a la soledad. 

Hoy no hace falta foto.   







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