Miércoles. 3 de marzo de 2010. Siete y media de la tarde. Auditorio Nacional, Madrid. Concierto del compositor español Roque Baños. ¿De quién, de quién? De Roque Baños. Ah...
El de Jumilla (Murcia) no es, ni mucho menos, un recién llegado. Al contrario, ya son más de 40 películas a las que ha puesto música, algunas de ellas bien conocidas (Las Trece Rosas, Celda 211 [por la que recientemente ha obtenido su tercer Goya], la saga de Torrente, El Corazón del Guerrero, Diario de una Ninfómana, Carreteras secundarias, Los dos lados de la cama, El maquinista...); todo ello tras una amplísima formación musical en Murcia, Madrid y Boston. Y además es joven, apenas cuarenta, aparenta. Y tiene un pendiente (en una oreja).
El programa del concierto ofrecía obras inéditas en salas, piezas de películas aún por estrena (La daga de Rasputín, Tensión sexual no resuelta), y clásicos en su filmografía. Y allí estábamos nosotros dos, en la cuarta fila, un poquito escorados a la izquierda de Roque, en el patio de butacas.
Conocida es mi condición de friki bandasonero, y por tanto, huelga decir que disfruté como un enano de los de Tolkien.
Como mandan los cánones, Roque alternó piezas suaves, de gran belleza y lirismo, con otras fuertes, aguerridas, dejando, como voy a hacer yo, el plato fuerte para el final.
Tan pronto en mitad de un alarde sinfónico surge un oboe trazando motivos arabescos (Obertura del Casino de Murcia), como alza su voz un laúd aragonés, con el viento madera en cadencia de jota (Sinfonía de Aragón, pieza compuesta para la Expo de Zaragoza). La exaltación de la Belleza llegó con Diario de una Ninfómana, con una cuerda muy blanca y aguda acompañando al tema principal de la película, coloreado en el piano de cola (a Ana fue la pieza que más le entusiasmó, habiéndole gustado todas).
No somos nadie comenzó con una explosión orquestal (con coda final digna de Anton Bruckner) para concluir en una nana pervertida en lamento...
En El corazón del guerrero, magistralmente ejecutada, no pude resistirlo y comencé a "dirigir", una mano agarrada a la más suave del Mundo, la otra a su aire, y Roque conduciendo a la orquesta Filarmonía y al orfeón Filarmónico ya con desatada pasión, llevándose la segunda mejor ovación de la tarde.
El último plato fue un verdadero tour de force: una extensa suite de Alatriste. Los que hayan visto la película (un tanto aburrida y mal conducida, con infrautilización de la música de Roque) recordarán su final: el Tercio Viejo de Cartagena, rodeado por la caballería e infantería francesa en la batalla de Rocroi (mayo de 1643), que marcó el verdadero inicio del fin del Imperio español y de la hegemonía de los todopoderosos Tercios que idease el Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdoba, allá a finales del siglo XV.
Roque compuso un magistral tema ("Cuenta lo que fuimos", corte 19 en el CD) para ese postrer momento de heroísmo abatido, en el que el duque de Enghien ofrece rendición honrosa a los españoles pero el Tercio rehúsa ("dígale al señor duque de Enghien que esto es un Tercio español") y se apresta a recibir la carga francesa que lo hará definitivamente polvo. En la película, sin embargo, el director Agustín Díaz Yanes, tras varias vueltas y revueltas (discusiones con Roque incluídas), sustituyó esa pieza por el conocido tema semanasantanero La Madrugá...
En el programa del concierto, Roque Baños escribió que, con la música que compuso para esa escena final, quería homenajear globalmente a esos Tercios de Flandes, a esos hombres duros (algunos) alejados de España atrapados en una tierra que los odiaba, con los ingleses tratanto de pincharles el globo por debajo. Un Imperio que se deshace, una España que gobernó el Mundo, con dos siglos plagados de genios e ingenios, unas Letras de Oro, una resistencia más allá de lo necesario, una bandera blanca con la cruz roja de San Andrés que ya apenas flamea.
Por eso Roque amplió ese tema para el concierto, llevando al coro al paroxismo épico, colocando dos trompetas y un trombón en lo alto de los graderíos, y las baquetas parcheando la Historia, y los metales soplando el tema de Diego Alatriste y Tenorio como si reluciese de nuevo el Sol de Breda y la toma del Oesternessë.
Y justo tras la última nota, en una pieza que jamás vi ejecutar a ningún compositor español, el graderío en pie.
Esa es, señores, la venganza de Roque.
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