lunes, 7 de octubre de 2019

Y salí unamuniano

'MIENTRAS DURE LA GUERRA' me convenció. También me persuadió. Salí del cine bastante 'unamuniano', compartiendo algunas reflexiones de don Miguel y detestando otras, como él mismo hizo toda la vida. Porque, ¿qué es ser 'unamuniano'? Echar una ojeada a varios hechos de su biografía ayuda a responder: tal y como le dice Salvador Vila en la película, "usted ha sido de todo, don Miguel", a lo que él responde "yo no he cambiado; habéis cambiado los demás". Unamuno puro.
El escritor, de la generación del 98, vivió con apenas 10 años el asedio de Bilbao por parte del ejército carlista en la Tercera Guerra ídem. Fue un intelectual agudo, cultísimo y tocacojones, mosca cojonera del poder circunstancial, y eso me gusta. Recordemos que Unamuno afirmó que el rey Alfonso XIII estaba rodeado de "trogloditas y gentuza", y que "se finge prisionero del directorio militar y se ríe de la patria, traidor a la Constitución y autor verdadero del golpe". No olvidemos que fue desterrado a Fuerteventura por la dictadura de Primo de Rivera. Y que, antes de eso, ganó un premio literario nacional que entregaba el propio rey Alfonso XIII. Sobre esto último, y tras las críticas al rey de don Miguel, había mucha expectación ante el asunto. Unamuno fue a recoger el premio de manos del propio rey, y se produjo (más o menos) esta conversación: "-Enhorabuena. -Gracias señor, me lo merezco. -Nadie me había nunca dicho algo parecido. -Porque nadie lo había merecido tanto como yo." Eso es ser unamuniano, creo. De Fuerteventura se fue a Francia, y de allí, en los estertores de la monarquía, regresó triunfalmente como un héroe a España, cruzando a Irún y siendo recibido entre vivas y banderas socialistas, hablando en favor de la libertad y contra cualquier tipo de dictadura (profético y curioso). Ese era don Miguel. Vaivenes. Bandazos. Genialidades. También miserias.
Llegó como uno de los padres de la República, hasta el punto que fue elegido diputado y como tal fue recibido en el Parlamento con sus señorías puestos en pie y entre aplausos. Recordemos que en aquel parlamento estaban Gregorio Marañón, Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, entre otros. Hasta tal punto llegaba su aura, que intelectuales y escritores como Pedro Guillen, Gerardo Diego, Pedro Salinas, Bergamín... pidieron que él fuese presidente de la República, aunque él se descartó. No olvidemos que el cuñado de Azaña, Cipriano Rivas, dijo aquello de "unamuniemonos todos". Vaivenes, disonancias. El mismo Unamuno que se disculpaba con Azaña por carta, en 1918, por no poder impartir una conferencia en el Ateneo (cuando Azaña era su secretario) al tener que asistir en Valencia a la boda de uno de sus hijos... es el mismo (o no, quizá fuese otro distinto) que el 19 de julio de 1936, en Salamanca, escribió "¡Viva España, soldados! Ahora a por el faraón de El Pardo". El "faraón de El Pardo" era Azaña, y Unamuno, odiándole, pedía que los sublevados secuestrasen al presidente constitucional de la República. Muy unamuniano. Ahí arranca la (genial) película de Amenabar. Todo está cuidado y medido. No hay equidistancia alguna, como ciertas críticas señalaban. Lo que hay son personajes de verdad, no malos (curiosamente) de película. Y se cuenta algo inédito hasta ahora en el cine español, salvo quizás 'Dragon Rapide' (1986) y la insípida tv-movie 'La conspiración' (2012): el proceso por el que Franco acabó convertido en mando único del banco sublevado.
La factura técnica es impecable: vestuario (Sonia Grande), maquillaje (increíbles Unamuno y Millán-Astray, y también Franco), fotografía (Álex Catalán, de 'La isla mínima')... La música, del propio Amenabar, yo no la haría así pero al menos cumple. El guión es muy cuidado, plagado de detalles y referencias que los adentrados en la materia podrán disfrutar. El asesoramiento histórico es muy elegante, y preciso (Julián Casanova, catedrático de Contemporánea de la universidad de Zaragoza, un máquina). El reparto brilla, pero sobre todos ellos, dos nombres: Eduard Fernández como Millán-Astray y, un peldañito por encima, Karra Elejalde como Unamuno. La factura técnica es de primer orden (ojo a las tropas de Marruecos cruzando el estrecho de Gibraltar en los Junker nazis, impagable escena). Salamanca es, en sí misma, un plató cinematográfico. Escenas impagables como las del himno y la bandera: primero confuso, luego agradable en la cuerda, y luego terrible como la marcha que es. Conseguir ese efecto es arte puro, como la escena (mítica y mística) del Paraninfo, mar donde conducen los ríos de la película. El guión no esconde las contradicciones, sino que bucea en ellas, las expone sin ambages. No podía ser de otra, tratándose de Miguel de Unamuno y Jugo, el que no hacía novelas sino nivolas. Su tragedia, la de darse cuenta del error demasiado tarde y aun así quedarse en tierra de nadie porque al otro lado también hay frío; quedarse aislado en una tercera España vacía y desamparada. Un don Miguel que toda la vida criticó a los "hunos" y los otros, teorizando sobre lo que habría de llegar en cada momento por bien de esa España que le dolía. Cuando llegó lo esperado, se asomó al abismo. Captar eso en un guión es difícil, y exponerlo con maestría, más. Enhorabuena. El bastón unamuniano se balancea a la espalda, sostenido por las manos de Karra Elejalde. Saltan astillas de la puerta. Repica el hierro de la verja. Se pone el sol sobre el puente a las afueras de Salamanca. Costumbre. Disparos en la lejanía. La duda, la tragedia silente. Es el ocaso.
P.D. Una película así para Azaña, por favor.

sábado, 27 de julio de 2019

Arturo Fernández en el metro


A veces imagino a determinados personajes en extrañas circunstancias. Digo Metro De Madrid Informa como puedo decir Renfe Cercanías les Agradece Que Hayan Viajado Con Nosotros. Y "por extrañas" circunstancias me refiero a situaciones que se salgan fuera de lo comúnmente relacionado con tales personas. Por ejemplo me imagino a Manuel Azaña paleando grijo (o gravilla republicana, por supuesto), o a Beethoven sexando pollos (le pega: cada pollo una nota), a Tolkien preparando un café en un chigre después de 11 horas de trabajo continuado, sudoroso, aguantando estupideces de los clientes e imbecilidades aún más flagrantes de algún jefecillo torvo. Quizá el gran Miklós Rózsa habría sido un encorsetado empleado de notaría que malviviese laboralmente notando, mientras tanto, cómo la música bullía en su interior, soñando despierto con ser un gran músico. Tal vez don Miguel Delibes sintiese cómo las palabras se le escurrían entre los dedos mientras, en un universo alternativo, cargaba carbón en los barcos amarrados cerca de la Junta de Obras del Puerto. Luego, de noche, Miguelito se sentaba a escribir, con sus yemas negras, y sus huesos muy cansados, y aun así las más noches tecleaba aunque apenas unas breves líneas fuesen; no había otro Camino y quien lo probó, lo sabe.
No hablo de mejor o peor, de justicia o injusticia. Solamente me los imagino.
Hace poco iba en el metro de Madrid (te informa), 7:30 de la mañana, apretujado ora contra la ventanilla, ora contra el grueso cristal de la puerta. Gran calor en la calle aun tan temprano, cerca de 30 grados, y el andén del metro, si bien en sombra y bajo tierra, tampoco representa un fresco refugio. Además, casi siempre hay que esperar. Miro el móvil, deslizo el dedo, levanto un momento la vista y veo cómo a lo largo y ancho del andén casi todo el mundo está con la cabeza gacha, como yo, absorto en sus pequeñas pantallas. Me siento una más de las ovejas y guardo el móvil.
Será un día largo, difícil, complicado; un día más entregado sin remisión a un trabajo que no me gusta. Además, el calor; además, la espera de pie; además, cuando llega el metro cada vagón es una lucha por la supervivencia y la conquista del espacio, ya no sideral, sino personal. Te apretujas contra quién sabe quién, o quién sabe qué: una mochila, un culo, un bastón, una cabeza, una mano, un sobaco. Es éste, el del sobaco, un universo particular que depende de varios factores: persona, hora, día y posición. 
Pero juntemos, juntemos todo esto en la gran marmita de los mitos concomitantes: el sudor, la respiración mezclada con muchos otros alientos, un cabello cercano que arrastra un fragante olor a champú que trae recuerdos casi lejanos, el frufrú de la ropa, la piel que se pega por el calor, la barra donde te agarras como otros tantos millones de trillones de manos y que te espera caliente en verano y fría en invierno. 
Nueva estación y entran más viajeros. Ese, ese es el referido momento en el que toca apretujarse contra la ventanilla o el cristal grueso de la puerta anaranjada con gomas negras. En ese interesante momento recuerdo  lo de palear grijo, sexar pollos, servir en un chigre y cargar carbón. Y, bueno, pienso que en comparación siempre puede haber algo peor: cierto es que me fui de Asturias para encontrar algo mejor, pero tampoco tuve que irme de Hungría a Inglaterra, Francia y EEUU como debió de hacer Miklós Rózsa para progresar en la música y el cine. En mi infancia no tuve que huir varias veces de casa porque mi padre llegase borracho y las pagase conmigo a golpe de cinturón, como le sucedió al bueno de Beethoven; además, sordo de momento no estoy. Tampoco he perdido a mi esposa y me he sumido en una depresión que haya terminado por derrotar por entero mi ánimo, como le ocurrió a don Miguel Delibes. Tampoco se me ha roto el corazón ante tanta y tanta guerra y sinrazón como a Azaña, ni he tenido que cargar frente a una trinchera alemana con un germánico de casco pinchudo volteando el codo en la manivela de la ametralladora, como vivió de cerca Tolkien, quien, por cierto, tuvo en su vida un único recuerdo de su padre: agachado, escribiendo su nombre en una maleta.

¡Es cierto! Pero mi mejilla sigue contra el cristal, las manos y los brazos pegados al cuerpo para ocupar el menor espacio posible. Entonces pienso que sí, que todo eso está muy bien, pero mi mente juega una última mano ganadora: imaginar en esa circunstancia a Arturo Fernández. 

Hijo de un anarquista bastante significado en la cuenca minera que tuvo que pasar años en el exilio. Supo lo que era el hambre, la clase baja, las penalidades. Para ganar dinero practicó boxeo en Mieres. Para ver a su padre tenía que apuntarse a excursiones que peregrinasen al santuario de Lourdes. En una de éstas su padre le dio 9.000 pesetas para que se las diera a su madre, y Arturo, en el viaje de vuelta, paró en Bilbao y se gastó 7.000. El mismo Arturo que, según dijo, solamente aprobó en su vida “dos asignaturas: religión y flauta” en el colegio de los Hermanos de la Doctrina Cristiana en Cimadevilla (Gijón). Su madre trabajaba lavando botellas por 4 pesetas al día.  

Los orígenes, la infancia, ¿determinan nuestro pensamiento? O, si no lo determinan, ¿lo permean al menos? Arturo haciendo de “galán”. Arturo diciendo que “Franco me queda a la izquierda”. Arturo afirmando que la gente del 15M es “fea por fuera y por dentro”. Arturo siendo activo defensor de Aznar y la derecha en general (en su derecho estaba). Arturo diciendo que nadie se metió con su padre cuando éste regresó, y que pudo volver a su trabajo… después de años no de vacaciones sino de exilio. ¿Cómo casa esto con sus orígenes? No lo sé. Quizá a veces nuestro principio parece no influir demasiado en nuestro final.
Arturo como exportador de asturianía; una Asturias covadónguica, fabádica, cachópica, santiniana, qué guapina yes, que limpio está Oviedo con las fuentes y el fontán, la sidra, el orbayo con O, la danza prima, los carballones, el Asturias Patria Querida en cualquier ocasión menos en las solemnes como correspondería al himno que es, sobre todo si hay bebida de por medio para cumplir fácilmente el tópico.
Arturo y su chatina. Chato no era por “corto”, sino por xato: ternerito en asturiano. Mi tío también lo decía (¿cómo estás, chatín?), así que tengo mucho cariño a esa expresión.
Gracioso era su personaje (siempre idéntico) de galán fracasado que se ríe de sí mismo y consigue el favor del público. Porque favor lo tuvo, y mucho: teatros llenos y críticas favorables de sus incondicionales. Reconozco que me reía con él en alguna de sus últimas interpretaciones en cine y televisión. Y confieso que me repugnaban casi todas sus palabras vertidas en entrevistas y declaraciones varias. Confieso, igualmente, que de vez en cuando me gusta imitarlo, para desesperación de mi mujer.
Sin embargo, al César lo que ye del César: defendió a una mujer que estaba siendo flagrantemente discriminada por su edad y su aspecto físico, y lo hizo sin saber que había cámaras grabándole, sin público, sin escenario sin aplausos.
Arturo Fernández en el Metro de Madrid a las 7:30 de la mañana. El perfecto Armani arrugado, el perfume mezclándose con los efluvios axilares, el ondulado cabello cano despeinado por los codos que se alzan agarrándose a las barras superiores.
Tal vez el Metro en hora punta no esté hecho para la seda. La galantería llevada al último extremo es francamente difícil de aplicar con tu napia arrugándose en el cristal. Chato chato.

lunes, 17 de junio de 2019

'Tolkien', reflexiones

Ya hemos visto 'Tolkien', y después de reposar la mente, voy a hacer algún comentario. Lógicamente, con REVELACIONES.
Es obvio que yo no conocí al personaje, y es igualmente evidente que el director y los guionistas tampoco. Quizá pensaron que acercarse a Tolkien era sencillo, o que su personalidad, compleja, en muchos aspectos "medieval", podía resumirse en cuatro o cinco trazos.
Como consecuencia, nos llega esta peli que, en sí, es bonita, se conozca a Tolkien o no. Lo es, sin duda. Tiene planos muy bellos (aunque cortos), y escenas que son un guiño para los aficionados al asunto ("Salve Earendel, el más brillante de los ángeles" recita, mientras mira una estrella luminosa).
Hay varias fuentes para acercarse a la vida del autor inglés (que no británico, según afirmó), como por ejemplo la fundamental biografía de Humphrey Carpenter, escrita en 1977 (4 años después de su muerte) y totalmente avalada por la familia. Carpenter entrevistó muchas veces a sus hijos, a su hermano Hilary, a ex alumnos, ex compañeros de facultad, tuvo acceso a todos los documentos, cartas, legajos, diarios de juventud... Con ello pudo trazar un reflejo de la personalidad de Tolkien que, si bien seguro que no es completa, sí se acerca bastante a la realidad. Otros libros, más modernos, pueden ser 'Tolkien, señor de la Tierra Media', de Joseph Pierce, un texto que analiza al bueno de JRRT desde una perspectiva obviada en la peli: su catolicismo radical (en ambos sentidos de "radical"); 'El mago de las palabras' y 'El viaje del Anillo', del gran Eduardo Segura; o el fundamental 'Tolkien y la Gran Guerra', de John Garth. Hay muchas más obras, por supuesto, pero yo he leído éstas y creo que son más que suficientes para trazar una semblanza de Tolkien.
¿Qué leyeron los guionistas de la película? No lo sé (tampoco he tenido ganas de investigarlo), pero quizá alguna de aquéllas recomendaciones les vendría bien. Ojo, no para CALCAR la biografía de la persona, sino para saber, digamos, por dónde tirar. Porque... ¿de qué trata esta película? Más allá de concatenar escenas de la vida de Tolkien, alguna resumidas, otras inventadas, otras supuestamente interpretadas e imaginadas. ¿Cuál es el hilo conductor? Me atrevería a decir que, si hay uno, no es otro que el TCBS y la amistad entre sus cuatro miembros principales. Nos lo indica, además, la música (bella, pero dispersa) de Thomas Newman: el último tema, el de los créditos, es el mismo que el de 'TCBS', por lo que el tema principal no es otro que éste. Por tanto, lo fundamental para los creadores ha sido la amistad. Ahora bien, ¿representa un hilo conductor en la película? A duras penas.
Cuando recreas una época pasada, estás contaminado por tus ojos del presente. Pongo un ejemplo. En la película se medio insinúa que G. B. Smith era homosexual. Esto no tendría nada de malo si no fuera que es un conejo de la chistera de uno de los guionistas. Lo dice el propio director, Karukoski: "Stephen Beresford, uno de nuestros guionistas, es gay, y él leyó todas las letras y todos los poemas, y dio por por hecho al 100% que Geoffrey era gay. No podemos reclamar eso.". No hay nada malo, perverso, negativo, ultrajante, loquesequiera, absolutamente nada, en ser homosexual, o en presentar un personaje con tal inclinación sexual (o cualquier otra). Sin embargo, además de no existir evidencia alguna de esto, la homosexualidad era un tema totalmente rechazado por los estudiantes del King Edwards, de Oxford, y de la Inglaterra estudiantil en general en aquella época; en parte, como dice Carpenter en su 'Biografía', se trataba de hacer olvidar la reciente época de Byron y la cierta permisividad que se tuvo hacia "aquellos comportamientos". 
En la TCBS no hablaban (según Tolkien) de sexo ni de mujeres. Puede extrañarnos que así sea, pero la fuente es de primera mano. Si en la película añades esta capa, estás no sólo inventando sino forzando una determinada percepción. Otro ejemplo es el hecho de llevar a Edith a una de sus reuniones; sí, te da un cariz cómico, y aporta, luego, un rasgo de la personalidad de ella y de choque con la de él que es cierto, bien jugado por esa parte: pero Tolkien no reveló a sus amigos que tenía novia hasta mucho después. Por supuesto no es lo que yo haría, ni es, seguramente, lo que muy pocos harían hoy, pero si lo modificas estás solapando la verdadera cara del Tolkien juvenil (sea ésta buena o mala, cada cual juzgue según la época) por una nueva, inventada, que no le hace justicia.
Cuando Edith y él fueron obligados a separarse por el padre Francis Morgan, el tutor de los huérfanos hermanos Tolkien, lejos de alejarse de la religión, JRRT se refugió muchas veces en la iglesias católica. Y lo de católica es clave, pues eran una minoría en la Inglaterra anglicana. Tolkien siempre pensó que su madre fue una mártir, apartada de su familia por convertirse al catolicismo, y que muchas de las estrecheces económicas que sufrieron fueron debidas a este motivo. Tolkien iba a misa, comulgaba, se sentía en comunión con Dios y consigo mismo, y eso representaba un refugio espiritual ante la pérdida del amor, que primero fue de juventud y más tarde para toda la vida. Es una parte, una arista, una cara del poliedro tan tan tan importante, que omitirla por completo es injusto y empobrece la película y el supuesto retrato que se quiere hacer del personaje.
En cuanto a cambios de fecha en la cronología, resúmenes apresurados (Tolkien no se alistó a la de ya, intentó retrasarlo lo más posible, y tampoco fue enviado a combatir al poco de alistarse), invenciones varias... pueden entenderse, aunque cada cual los habría hecho de una forma diferente.
¿Qué le falta? ¿De qué adolece? Le falta magia; magia en el sentido de arriesgar mucho más, o arriesgar algo, al menos. Y una base sólida desde la que construir, una base referencial clara: Tolkien no escribió sus "leyendas e historias" porque hubiera una correlación directa con sus experiencias en la Gran Guerra de 1914-1918. Influyó la guerra, ¡claro! ¿Cómo no va a influir? Lo que quiero decir es que la cantera fundamental del Tolkien escritor no fue la guerra. No escribió las Ciénagas de los muertos porque en las trincheras se topase con un gran charco rodeado de cadáveres; no escribió a los Nâzgûl ni a Morgoth porque en el campo de batalla, febril, imaginase a sombras llevándose la vida de los hombres. Es, por contra, en los mitos y leyendas antiguos, en las sagas, en las eddas, en la 'traditio' donde el escritor zambullía su mente para escribir. No hay rastro en la peli, por ejemplo, de su primera ciudad imaginada: Kortirion, "Kortirion entre los árboles", ya escrita bastante antes de la guerra. O en los antecedentes de Gondolin y su Caída. Esas primigenias ideas ya estaban antes del Tolkien combatiente (que, por cierto, era oficial de señales y no lo vemos hacer otra cosa que arrastrarse, enfermo, por las trincheras).
Magia. Más magia, por favor. Es bonito ver a su madre recitar a 'Sigurd' mientras el niño Ronald sonríe, pero muéstramelo mejor, por favor: haz que la imaginación del crío se transporte a esa escena de Sigfrido con el dragón, empezando a conformar el "hummus de la mente" para, esto sí, ayudar a conformar las "telas del fondo" de su posterior mitología. Sé valiente, Karukoski: no nos muestres de pasada un Cristo crucificado en las trincheras, restos de una iglesia derruida por el combate; por contra, puedes hacer que ese Tolkien febril vea a su Cristo en verdad retorcerse en la Cruz, horrorizado por la guerra. En dos trazos ya tendrías una capa, fina, de su catolicismo, y a la vez una imagen poética y terrible.
Las reflexiones sobre las palabras son bonitas. La escena del salón de té y el "cellar-door" es hermosa, y cómo Tolkien va pensando sobre la marcha qué puede ser "selador": no, no es un humano, no, no es un objeto... es.. es... es un lugar. Eso bien, en mi opinión, al César lo que es del César, pero podrías ir más allá: ya que tienes efectos especiales, úsalos para formar palabras en su mente, palabras del gótico antiguo : Tolkien era un historiador y un arqueólogo de las palabras. Sólo se conservan unas 800 palabras en gótico, pero Tolkien era capaz, como filólogo, de desentrañar el origen de muchas y de proponer cómo podrían haber evolucionado formando otras muchas que se han perdido con el tiempo. Su mente funcionaba así; muéstrenoslo, director, y háganos llorar.
Si Edith baila y ese es el origen de Lúthien Tinúviel, y tú lo sabes, haz la escena mejor, más importante, que sea una escena seminal, radical, no sólo la actriz bailando a cámara lenta mientras él, tumbado, la observa y se ríe. Si lees a Tolkien sabrás que fue mucho más que eso, y que ese día lo guardó en su corazón hasta el final. O más allá.
Y más: Tolkien no puede resumirle a sus hijos la trama básica de 'El señor de los anillos' antes de escribir, siquiera, la primera línea de 'El hobbit'. Sencillamente, no puede ser. Además, la escena posterior ("En un agujero en el suelo...") es absolutamente mítica, y totalmente desaprovechada: no sale corrigiendo exámenes extra de cursos inferiores para ganar más libras (cuatro hijos, seis bocas, un sueldo); uno de los exámenes estaba en blanco, le dio la vuelta, y sin saber porqué escribió la famosa frase. Esto no sale así, y es una lástima, porque es una de las esencias del personaje: no supo porqué escribió la palabra "hobbit", así que tuvo que "descubrirlo", no inventarlo. Su mente funcionaba así, dicho por él mismo.
En fin, termino. La peli es bonita, poco o nada arriesgada, no vuela alto. El hilo conductor es la amistad, y secundariamente Edith y las palabras e idiomas, y sobre todo ello, la guerra como factor de influencia clave. Todos estos pilares están mermados, a mi entender, por poca profundidad, en fondo y forma. Tolkien era más complejo: no era un buenazo, cometió acciones reprochables que marcarían su matrimonio y de las que él mismo se arrepintió muchos años después (obligar a Edith a convertirse al catolicismo, no hacerle caso suficiente, ignorar sus preferencias para dónde vivir, cosa que intentó compensar al final de sus vidas al retirarse a la costa y vivir en un balneario). En resumidas cuentas, como todos, luces y sombras.
Tener y perder. La muerte y la inmortalidad. El sacrificio y la piedad. Son apenas seis conceptos, pero podrían haber sido la base, la tela del fondo, la niebla, el mar, los árboles y al fondo, Kortirion.