lunes, 2 de mayo de 2011

El inicio del Dos de Mayo de 1808

¡Hola a todos de nuevo! Después de algún tiempo sin escribir, vuelvo para conmemorar ese Dos de Mayo madrilegno con un texto que encontré pro ahí en internete. ¡Feliz fiesta a todos!


"(...) Y en ese instante, a unos metros de allí, en Palacio se abre una ventana de manera furibunda. La madera golpea contra la piedra, astillándose y cayéndoles los pedazos sobre las cabezas a los primeros paisanos que encabezaban la turba. En el balcón se asoma un gentilhombre de Palacio, extremeño de Badajoz, mayordomo de semana del Rey: el teniente coronel de infantería Rodrigo López de Ayala Barona. Abre los brazos, en actitud apocalíptica, y exclama:
            -¿Sois españoles? –clama el pacense, abriendo los brazos todo lo que puede, agitándolos-: ¿Sois ES-PA-ÑO-LES? ¡PUES A LAS ARMAS, COÑO, QUE NOS LO LLEVAN! ¡QUE SE LLEVAN AL INFANTE!
            Ruge la multitud de abajo.
-¡Que nos los llevan!
-¡Armas! ¡Armas!
Y esas dos proclamas comienzan a correr como la pólvora por todo Madrid. Uno de los tropeles que las vocifera pasa junto a la casa de José María Blanco White, cerca de Palacio. Blanco White se asoma a la ventana, alarmado. Abre la hoja de la ventana y pregunta a un fulano de abajo:
-¡Eh! ¿Qué decís, hombre?
-¡Los gabachos! ¡Que nos llevan al infantito y están sobre el pueblo! ¡Armas, coño!
 A esas alturas son ya setecientas personas, o más, las que han ido llegando desde las casas cercanas y ya no tan cercanas, acudiendo ante el rumor propagado boca a oreja en un santiamén. El carruaje que esperaba, ya sin caballos, junto a la puerta del Príncipe, es zarandeado y volcado al suelo. El equipaje de la infanta María Luisa se desperdiga por el empedrado.
            Entonces, se escuchan las botas de la tropa francesa acercarse a Palacio, y el tambor marcando el paso, run run PUM run run PUM run run PUM, y alé alé, le soldadés, vivelempereur, la Frans, espagnolos de la merdé. Chusmé.
            Justo en ese momento, José María Blanco White llega a la plazuela de Santo Domingo, donde desembocan cuatro calles, una de las cuales lleva a Palacio, y escucha Blanco White ese mismo parcheo en la piel del tambor francés. Y se le eriza el vello. Y Alonso y Tomás, que ya casi habían logrado salirse de la batahola, ven acercarse aquél percal, y no les queda más remedio que dar media vuelta, corriendo como nunca en su vida. A la bayoneta calada iban otra vez los franceses, nada menos.
            -¡Alonsín! ¿¿Pero éstos no eran aliados?? -grita el mulero mientras corre junto a Alonso en dirección a las puertas de Palacio, con el corazón en la boca.
            -¡Eran, Tomás! ¡Eran!
            -¡Pues su puta madre, Alonsillo! ¡Su puta madre!
            El batallón de la Guardia Imperial avanza sin remisión a paso de carga, y los tambores retumbando, y el suelo que retiembla bajo los cascos de los enormes caballos de guerra que montan los polacos del escuadrón de caballería. Llevan consigo tres piezas de artillería de a veinticuatro que emplazan embocándolas frente a la puerta del Príncipe. Son las diez y media.
            Cunde el pánico entre los ya mil vecinos arremolinados en la plaza. Todos se empujan, atropellándose, cayendo al suelo. En el palacio Real han cerrado las puertas. Se ve movimiento frenético tras las ventanas. O’Farril y los infantes se refugian en la cámara del Palacio. Los guardias de corps y los alabarderos van de aquí para allá, qué pasa, mi coronel, que quieren los franchutes tomarnos el Palacio por las bravas, por lo visto, cierren todas las puertas y que aquí no pase ni Dios, y todo Cristo a municionar.
            En el último instante, los franceses rectifican la posición de las piezas artilleras, que dejan de apuntar a Palacio y embocan, directamente, a la gente. Y en esto que levanta el sable el oficial francés, y mucha gente que se echa al suelo sin dejar de insultar a los franceses.
            -¡¡Alonsillo!!
            -¡Agáchate Tomás, joder!
            El mulero y el maestro, que nunca se vieron en una como aquella, juntan sus cuerpos con los demás vecinos, intentando protegerse los unos a los otros. Algunos miran hacia atrás, desesperados, hacia las puertas de Palacio cerradas a cal y canto.
            -¡¡Que nos matan, Alonsín!!
            -¡Calla y agáchate! ¡No levantes la cabeza!
            Y entonces, es el propio Alonso quien la levanta por un instante, justo el tiempo necesario para ver, como en un sueño macabro, cómo el sable reluce al tibio sol de aquella mañana plagada de nubes de presagio. Y cómo ese sable curvo alcanza el cénit y el reflejo de la luz repasa todo su filo. Y cómo baja de súbito.
Y entonces un grito exhalado desde la garganta de un paisano que se tapaba la cabeza cruzando sobre ellas las manos, ¡HIJOS DE PUTAAAAA!, se solapa a la orden del capitán de la Guardia Imperial, ¡FEU[1]! Y el final de ambos gritos se confunde con la primera descarga de fusilería[2].
José Rodrigo de Porras, el portero de Cadena más antiguo de Palacio, es herido en cara y cabeza por una bala de rebote. Joaquín María de Mártola, mayordomo de la infanta María Luisa, recibe un impacto en el hombro derecho. Y Rodrigo López de Ayala, que es herido en el pecho, asomado como estaba a la balconada[3]. Con ellos, son abatidos muchos vecinos a sangre fría. Tras la primera descarga se desperdiga por la plaza el humo de los fusiles, y la gente empieza a gritar, mitad por miedo y mitad para insultar a los franceses. Muchos hacen las dos cosas a la vez, matando dos pájaros de un tiro.
Tomás se palpa el cuerpo: la cabeza, buscando sangre, el estómago, los testículos. Se palpa el pecho. Está entero, parece. Mira hacia abajo y ve a Alonso en el suelo, inmóvil, las manos sobre la nuca.
-¡ALONSO!
Se agacha el mulero como un rayo, buscando al maestro. Agarra a Alonso por la espalda y tirando de su ropa lo levanta a pulso, de puro nerviosismo. Aunque Tomás se temía lo peor, Alonso parpadea y se tiene en pie por sí solo. El estruendo de la descarga lo ha aturdido y sólo puede oír un pitido monocorde dentro de su cabeza. Por señas, le hace entender al mulero que está sordo perdido.
-¡Y yo, Alonsillo! ¡Y yo! (...)"


[1]     Aclaración: feu, además de feo en bable o asturiano, es fuego en francés.
[2] Una placa encastrada en un pequeño monumento de mármol blanco, en la plaza de Oriente de Madrid, recuerda el lugar exacto donde se produjeron las primeras descargas. Tiene el siguiente texto, la placa: “A los héroes populares que EL 2 DE MAYO DE 1808 iniciaron en este mismo lugar la protesta y  sacrificio contra las tropas extranjeras. El Círculo de Bellas Artes. 1908. Repuesta por el Ayuntamiento de Madrid. 1947.”
[3]     Producto de esa herida, Rodrigo López de Ayala morirá tres días más tarde.

1 comentario:

Anuska dijo...

El relatillo es muy ameno y ágil de leer aunque he de reconocerte que lo del "2 de mayo de 1808" no es uno de los temas históricos que más me atraen: muerte, sangre por todas partes, gente sufriendo... muy triste y dramático. De todas formas, todo conocimiento es poco y no hay que olvidar que estas cosas han pasado en la realidad. Si tal y como me has dicho pertenece a tu novela, creo que me va a gustar mucho. :)

Pd. Me recuerdo un poco al estilo de Pérez Reverte :)