viernes, 14 de octubre de 2016

Comentarios desde la plaza del Carbayón, un libro de Luis Arias Argüelles-Meres


"La parte más grande de la verdad está siempre escondida, en regiones fuera del alcance del cinismo" (John Ronald Tolkien)

Quisiera comenzar con un breve proemio, y es que corrían los años 90 y yo era un humilde estudiante del instituto "La Magdalena" de Avilés. Más allá de los avatares semanales, el fin de semana llegaba la hora de leer la prensa con tranquilidad. Por aquél entonces, acababa de descubrir la figura de Azaña y leía todo lo que caía en mis manos de y sobre el político y escritor de Alcalá de Henares. Pues bien, he aquí que en 'La Nueva España' de uno de esos sábados o domingos, hallé un artículo titulado 'Dejen a Azaña en paz', firmado por un tal Luis Arias Argüelles-Meres. Confieso que si lo leí fue por la palabra "Azaña", entonces cuasi-proscrita del escenario general, y más en los periódicos astures. En el artículo, Luis Arias trataba de defender la figura del último presidente de la República del uso que, de él, hacían por entonces personajes como Aznar, Jiménez Losantos y otros de similar ralea y/o calaña. Me llamó tanto la atención la claridad del texto, y estaba tan de acuerdo, a pesar de mi bisoñez en todo, que a partir de entonces comencé a leer todos los artículos que publicaba aquel Luis Arias al que yo no conocía de nada. 

http://fotos00.lne.es/2013/07/04/646x260/palacete-concha.jpgDe aquellos tiempos, en una elipsis narrativa que me saco de la manga, saltemos a "Desde la plaza del Carbayón. 1957-2016. Vivencias.", el nuevo libro de aquel Luis Arias al que no conocía de nada y al que hoy admiro del todo. La obra es una recopilación de artículos con un mismo telón de fondo: su Oviedo del alma. Y digo bien "telón de fondo", pues esta serie no se circunscribe a los términos geográficos y emocionales de la heroica ciudad, sino que los traspasa con creces para hablar, ¡claro!, de la condición humana en unas cuantas de sus casi inabarcables facetas. 

http://image6.casadellibro.com/a/l/t0/36/9788416053636.jpgCasi me da vergüenza y apuro atreverme a hacer una crítica literaria, yo, de un libro de Luis Arias; del mismo profesor de literatura que, sin conocerme de nada, se leyó mi primera novela publicada ('La vieja bandera', 2014), gustándole bastante según dijo, para mi rubor, y no sólo: publicando su correspondiente crítica (puede leerse aquí) y viajando a Madrid, donde ahora vivo, solamente para presentarla en un acto del Centro Asturiano... ¡sin conocerme de nada! Esos detalles hablan de la talla humana, moral y profesional de una persona. Punto.

Sus padres y su hermana aportan referencias cálidas, aquí y allá, a muchos de los artículos, pero si una figura yo destacaría de entre ellas, es la de su padre Manuel Arias: un maestro republicano que vio a la República pasar del verbo a la carne, al que en sus últimos años le gustaba que su hijo le leyese en voz alta mientras él acariciaba el lomo de aquellos libros que poblaban su despacho y que ya no podía mirar como antes. De hecho, recuerdo que una de las primeras personas que me nombró Luis Arias cuando hablé con él por vez primera, fue a su padre Manuel. ¡Por algo sería!

A través de los artículos, pasamos de las ventanas de la casa a la plaza del Carbayón, a la calle Santa Susana o a la calle Toreno, nº 5. De ahí, a Oviedo, y de Vetusta a España y al mundo, no sólo como concepto geográfico sino, sobre todo, emocional. Se habla de nostalgia de ciudad, en Oviedo y siempre con Lanio en la retina; se habla de una incipiente política; se recuerdan evoluciones propias y también alguna ajena, proyectándolas hacia el futuro, por entonces incierto en más de un aspecto. 

Pero, sobre todo, los artículos están exentos de ese cinismo del que hablaba en la cita del nacido en Bloemfontein que encabeza esta página. 
Pero, sobre todo, los artículos están impregnados de lucidez; una lucidez quizá un tanto amarga, azañista si se me permite decirlo, en el más amplio sentido del término. 

Muchos nombres están presentes de principio a fin, de la geografía personal a la metapolítica de lugares comunes e impropios nombres, hechos y geografía vetustense aparte: autores, músicos transicionales, actrices, hosteleros, estaciones con trenes de madera, carros de caballos transportando leche, paisajes y paisanajes, edificios y palacetes arrancados de las entrañas de la historia... pero, si hay una serie de nombres que destacan son los de Clarín (también su hijo, el rector Alas, fusilado en 1937), Ortega (y por ende, Fernando Vela) y Azaña. 

El estilo es claro y definido, muy reconocible si se ha leido a Luis Arias más de una vez, introduciendo aquí y allá varios cultismos que engarza sin estridencias, al igual que una de las expresiones que más gustan al autor: atopadizo, que en asturiano no significa sino acogedor, tal y como señaló en su momento el propio Ortega y Gasset. 

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"La heroica ciudad dormía la siesta."
Dicen que dijo Kepler que le gustaba más "la crítica aguda de un hombre inteligente antes que la aprobación irreflexiva de las masas". Pues bien, de Luis Arias Argüelles-Meres admiro su capacidad para, en un artículo de pocas palabras, distanciarse de la actualidad los metros y centímetros justos para analizarla ponderadamente, con una mirada de poso reflexivo, en parte amargo en tanto que lúcido, como ya dije, y tan analítica como certera. 

En "Desde la plaza del Carbayón" la actualidad está arroyada a un margen del camino, pudiendo disfrutar en su lugar de una capacidad de evocacion envidiable: desde el frío que se colaba entre los pliegues del abrigo de una señora desconocida, a la que imaginamos una historia y un destino con nuestra nariz pegada al cristal empañado de la puerta de una pastelería... hasta la silenciosa quietud en la madrugada tras una noche juvenil regresando a casa nimbado aún por los acordes de Aute en el Fontán. Mirar por la ventana, y pensar quizá en aquella muchacha del largo cabello rubio a la que nunca te atreviste a decir nada. 

Madrid, 15 de octubre de 2016.

martes, 22 de marzo de 2016

El pequeño héroe anónimo del Ala 11



De pequeñas acciones está el mundo lleno. Solemos acordarnos de las grandes, sobre todo en los días señalados al efecto por la efeméride de turno. Pero yo quisiera resaltar hoy y ahora, a destiempo y sin motivo aparente, un par de cosas sobre lo que pasó el 23-F-1981.

Hemos escuchado hasta la saciedad la frase "y Milans sacó en Valencia los tanques a la calle". Y luego que los retiró cuando el Rey le llamó por teléfono, más allá de las 2 de la madrugada. Jaime Milans, es de sobra sabido, eran el capitán general de la III región militar (división territorial de defensa extinguida en 2002), la de Levante. Media hora después de que Tejero tomase el Congreso, se transmitió en la capitanía general de Valencia, por radio, la palabra clave: Miguelete.

[Nota aparte: cómo somos los de aquí, ¿verdad? Ni Tormenta del desierto, ni operación León Marino, ni Barbaroja, ni operación Overlord (o sea, Normandía)... Aquí con Miguelete vas que chutas. Tengamos en cuenta que toda la operación marco de este golpe blando o bonapartista era la Operación De Gaulle... copiando nombres, y todo].

Dieron así comienzo las operaciones Alerta Roja y Turia (al menos, la nomenclatura era más épica). No era cosa de broma: 60 vehículos de combate y 2.000 soldados de la División Maestrazgo III, con sede en Bétera y Paterna, se desplegaron por Valencia en dos anillos estratégicos, provistos de 12 tanques M-47 (fabricados en EEUU en los años 60) artillados con un cañón de 90x38 milímetros y tres ametralladoras Browning, escoltados por tanquetas patrulleras y varios vehículos de apoyo logístico con combustible, agua, comida, artillería pesada y material antiaéreo. El despliegue es de manual: rápidamente toman el gobierno militar y el gobierno civil, el Ayuntamiento (el alcalde, que estaba dentro, huye al escuchar radiado el parte rebelde de Milans... justo lo contrario que un tal Julio Anguita, alcalde de Córdoba, que se encerró en su despacho y depositó sobre su mesa de trabajo un revólver 9 corto... no es comparar: es referir), la Diputación, la Jefatura de Policía, los medios de comunicación (transmitiendo el Bando de Milans por radio), Correos y la estación de autobús. El Jefe del Estado Mayor, general Gabeiras, aún tardará 2 horitas en enviar a Valencia la contraorden, mediante la red TAC, telex número 169: "Poner en marcha BERTA 2. Acuartelamiento de unidades". ¿Qué pasó en esas 2 horitas? Ahí entrará el personaje anónimo.

Entre tanto, sin que casi nadie lo sepa (salvo los que estaban en la harina), un avión awacs de reconocimiento estadounidense (oh, qué raro) despegó de Lisboa y sobrevuela todo el espacio aéreo español. En multitud de bases y cuarteles españoles se suprimió la orden de paseo, tradicionalmente a las 17:00h. Ya no digamos las bases norteamericanas de Morón y Rota, en alerta máxima desde dos días antes. No creo en estas casualidades, amiguitos.

En Madrid, parte de la división de élite Acorazada Brunete había tomado ya la carretera de Burgos en dirección a Madrid desde la base de El Goloso. Cuando el general Juste, jefe de esa división, regresa por sorpresa al cuartel (estaba de maniobras en Zaragoza), emite la contraorden: las primeras unidades mecanizadas ya tenían a la vista la plaza de Castilla (aún sin las torres Kio, que son de 1996). Como dije, no era cosa de broma. El Paseo de la Castellana estaba a tiro (nunca mejor de dicho) de piedra. Cuando el general Juste paraliza la operación tras hablar con Zarzuela (concretamente con Sabino Fernández Campo), las unidades se apartan a las cunetas y dan media vuelta. El general Víctor Lago Román, que manda los boinas verdes en Madrid, le dice a Quintana Lacacy, capitán general de Madrid, que 300 hombres están preparados para parar a cualquier carro de combate en plena calle... El ambiente era genial para ir de vermout.

[Nota: tanto Víctor Lago como Guillermo Quintana Lacacy serían posteriormente asesinados por los terroristas de ETA]

En Valencia, una columna blindada rebelde toma el camino de la base militar aérea de Manises. Los conductores de los tanques tienen prohibido comunicarse entre ellos, pudiendo solamente establecer comunicación con el sargento primero de turno a través del interfono. Mientras tanto, varias capitanías generales se van sumando a la rebeldía, y otras permanecen dudodas. El parlamento está secuestrado, y el jefe del Estado, a la sazón Juan Carlos, desaparecido (no en combate). Milans del Bosch, militar de prestigio técnico, será un golpista, pero no es precisamente un mindundi: como buen general, tiene un plan alternativo, un plan B; y éste consiste en marchar sobre Madrid por la Nacional-III (320 kms) con todas las unidades de la división Maestrazgo para, con ello, arrastrar tras de sí a las capitanías y divisiones dudodas (imaginemos que se juntasen la Brunete y la Maestrazgo en maniobra de arco envolvente sobre Madrid... tontos no eran).
Tanque delante de la Capitanía de Valencia
Las unidades se acercan a Manises, tanto que ya se divisan desde la propia base. Entonces aparece nuestro hombre: el coronel del ejército del aire que comandaba la base. Al ver la columna llegar, llama por teléfono al ayudante de Milans, un tal Ibáñez Inglés, y le suelta algo del tipo:

-"¿Qué cojones estáis haciendo?". 

-"Los tanques son para proteger la base, mi coronel". 

-"Y un carajo". 

Tras un breve parlamento entre ambos, la charla no debió ser muy amena, porque el coronel se negó a sumarse al asunto. Es más: Ibáñez le cuenta, suponemos que para amedrentarlo, el plan B. Veamos la respuesta de nuestro hombre:

-"Te advierto que, como anden un kilómetro más, tengo un Mirage-III [cazabombardero de combate] en pista y otros dos preparados que salen y de tus carros de combate no dejan ni los restos."

Todo el escuadrón de Manises se puso en alerta máxima. Varias unidades arrancaron los motores y se pusieron en posición en las pistas de despegue: si la maniobra del plan B (avanzar sobre Madrid) se hubiera puesto en marcha, varios cazabombarderos con misiles aire-tierra hubieran salido como flechas para bombardear todos los puentes de la carretera Nacional III y cerrar el paso a los carros de Milans, destruyendo también las gasolineras de toda la autopista. Milans, por su parte, había ordenado situar artillería de campaña con orden de tirar sobre las pistas y edificios de la base de Manises en cuanto se diera la orden. La escabechina pudo ser pequeña.

Lamentablemente, este pequeño héroe anónimo es eso: anónimo. No he sido capaz de encontrar su nombre por más que he rastreado. Solamente podría aventurar un nombre: el del coronel Enrique Ortíz de la Cruz, pero no puedo asegurar que sea nuestro hombre.

Tendré que seguir buscando. ¡Menudo ladrillo!
Portada del New York Times