sábado, 18 de julio de 2009

El vuelo del fénix

Bueno, ya la he visto. "Harry Potter y el Príncipe Mestizo", que es como debería llamarse, bien traducida, "HP y el Misterio del Príncipe". Dos horas y media de película que no se me hicieron largas. Al contrario, muy entretenida, con buenos momentos de humor, algo de lo que las otras entregas carecían bastante.
Como siempre en estas películas, la trama respecto al libro pierde profundidad, pero aún así ésta sigue mucho mayor que la mayoría de las películas de fantasía de estos últimos años, horneadas al calor del éxito de la trilogía (una pelicula partida en tres trozos, en realidad) del Anillo Único.
Los efectos especiales están geniales, ya era hora en esta saga de que alcazaran ese nivel.
La música de Nicholas Hooper es consustancial a un hecho curioso: se pega como una lapa a la imagen, pero en su audición separada de la película, pierde, no es tan emocionante. No obstante, cumple con la función de toda banda sonora: servir a la imagen.
Los momentos de acción son muy oscuros, con una buena ambientación de ese poder creciente de la Tiniebla. Y frente a esa tiniebla, hasta ahora, se alzaba una varita de saúco, una luz de esperanza frente a las nubles calavéricas de la Marca de Voldemort, una varita anciana, sabia, ya cansada, pero noble, y aún firme, el mentor por excelencia de estos libros: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.
¿Qué será ahora de mí, viendo las dos películas restantes? A quién volcaré, a qué personaje dedicaré, ese sentimiento entrañable, de antigua fuera que aún brilla, que él me provocaba?
J.K. Rowling pretendió, en sus libros, hacer una mezcla entre Gandalf y Merlín, por un lado, y un ser humano completo, realista y verdadero por otro. Lo consiguió, a mi parecer.
Hablaba al principio de profundidad. En esta película, hay que buscarla en otros detalles, como en esa mano de Dumbledore sobre el brazo de Harry al principio de todo, cuando casi puede sentirse el calor y la ligera presión protectora.
Ayer, sinceramente, pensé que se me caerían los lagrimones. Pero no fue así. Ocurrió algo peor. Mientras el ave fénix Fawkes volaba sobre los tejados del colegio, mientras los tres amigos se asomaba a la barandilla y el sol se ponía, mientras llegaba el fundido a negro, mientras la música, ahora sí, emocionaba, al menda se le puso un nudo en la garganta que le dura hasta hoy.
Fue entonces cuando pensé que todos deberíamos tener un Dumbledore en nuestra vida.
Busquémoslo.
Sirva esto de pequeño homenaje.