miércoles, 9 de junio de 2010

"...envía un pase laaaargo sobre Gaínza..."

Lo pensaba ayer, mientras visionaba la estupenda micción que la selección española de fútbol practicaba sobre el combinado polaco. Pensaba yo, madurando una idea futbolera-histórica. Y me dije que por qué no, tanta cultureta y tanta gaita. Por qué no, de vez en cuando, escribir sobre fútbol. Un pequeño reportaje en la edición nocturna de "La Dos Noticias" hablaba ayer del poco enraizamiento que el género literario hispano ha practicado sobre el fútbol, al contrario que en otros países, Pérfida Albión sin ir más lejos. Por qué no.
Y es que hay una fina línea que une varias cosas: une las acrobacias defensivas de Quincoces, las paradas de Zamora que sacaron de quicio al dictador Mussolini en Italia 1934, la efectividad y potencia de Zarra (un tipo que, según entrevista a Iñaki Gabilondo, llegó a estar rodeado de hasta 9 contrarios a la vez), la clase y portento de Di Stéfano y Luisito Suárez, la distribución de juego de Puchades, las galopadas de Gento y "Piru" Gaínza, la destreza de Molowny, las estiradas de Ramallets e Iríbar... 
Y esa misma línea fine une también el gol de Telmo Zarraonadía Montoya "Zarra" a Inglaterra, narrado por Matías Prats (esta narración es una reconstrucción posterior de Matías Prats Cañete, porque el audio original no se conservaba en aquella pretérita época por lo costoso del hecho), en Maracaná durante el pase a semifinales del Mundial Brasil'50. Ramallets a Alonso, éste a Gainza largo a la banda, centro a Zarra que se adelanta al arquero Williams y con la caña la empuja a las mallas. Toma ya. 
Y lo une, ese mítico gol del bilbaíno, con el gol del Niño Torres a Alemania en 2008. Ese pase de Xavi Hernández largo sobre la defensa teutona, ese desmarque portentoso por furia, fuerza y piernas de Fernandito Torres, esa salida a por todo del guardavallas valkirio, y ese toque sutil con el interior del pie derecho, en carrera, que eleva el esférico por encima del arquero lo suficiente para burlar su vana estirada y avanzar, botecito tras botecito, hasta colarse en la portería. Toma ya.
El gol de Marcelino en la final de la Eurocopa'64, la segunda que se disputaba, jugada en Chamartín con un gallego bajito en el palco (con aplausos al himno de la URSS, todo sea dicho. ¿Quién dijo que en el fútbol no puede haber clase?). Era el 2-1. Marcelino, en un escorzo imposible, bate de cabeza desde casi el borde del área a Lev Ivánovich Yashin, "La Araña Negra".  
Los une, esos y otros muchos, porque visten, todos, la misma camisola. Camiseta. Zamarra. Esa Roja de las narices con poderes mágicos (de repente no hay crisis durante 90 minutos, pan y circo sí, qué duda cabe). La Roja, la Roja, la Roja. La misma que llevaba enfundada Cesc Fábregas "la Moreneta" cuando le metió el chicharrito a Italia en los penalties. La misma que Ricardo Zamora, Antonio Ramallets, Luis Arconada... luego heredada por un tal Iker Casillas, que en loor de santidad detuvo un penaltie tras otro, diciéndoles a sus compañeros que tranquilos, tranquilos, que aunque no lo metas, yo paro el siguiente. A lo mejor sentía sobre sí la ínfula de las paradas de "el txopo" Jose Angel Iríbar. A lo mejor. 
Y es que los nuestros la tocan con clase, y eso es lo mejor de todo. La clase, y que la toquen todos. La bola, el esférico, la pelota, el balón. Lo que tiene que entrar. Fútbol es fútbol, dijo un evidente sabio. Pero quizá sea mucho más que eso. Tal vez, creo, sea algo parecido a lo que sienten los grandes aficionados taurinos (anti-taurino soy) en esas llamadas tardes de gloria y olés. Y resulta que, lo entrañable del tema es que ir al fútbol fue, durante mucho tiempo, una costumbre plagada de rituales y costumbres. Mi abuelo llevaba a mi padre al campo bajando a la Villa caminando, llegando al estadio de la Exposición casi dos horas antes del inicio del encuentro, sentándose mi abuelo Eduardo en el centro del graderío desierto a leer el periódico. 
Y las alineaciones recitadas de memoria, como poemas. Y las crónicas deportivas, que parecían novelas de acción, de capa y espada. 
Hablando de clase, ver a Zidane, por ejemplo, conducir, parar el balón sin mirarlo, mover el cuerpo con esa puñetera clase, como los de antes... no tiene precio. 
Los de ahora, a veces, parecen los de antes, pero entrando la pelotita. Con chispa de suerte. Y ese concepto, alejado del "ganar por lo civil o lo criminal", que es ganar con clase y estilo, gustándose, con humildad. La misma que tuvieron Gaínza, Gento, Amancio, la Saeta Rubia, Luisito Suárez, Pirri, Zoco,  Ufarte, Fusté, Sanchís (padre) y los demás. 
Por eso las victorias de ahora también son, en su justa medida, los triunfos de los de antes. 
De los setecientos fulanos que se enfundaron esa puñetera Roja. 

Para Noelia.